Pocas veces en los últimos 80 años había habido un escenario tan fluido en las candidaturas presidenciales como ahora, y me refiero solo a las que tienen credibilidad, no a los saludos a la bandera o que sean de autoexhibición. Afecta a las dos grandes corrientes por incertidumbres y querellas internas. Ahora me referiré a esta situación solo en las derechas
Este sector ha venido experimentando un proceso paulatino de enredo. Por más de un año la triunfadora evidente en la próxima justa, de acuerdo con las encuestas y en general en el imaginario, sería Evelyn Matthei (mi modesta experiencia en 1970 me vacunó contra estas ilusiones). Se ha hablado bastante de la complicación de conservar por tanto tiempo ese lugar sin recibir dañinos alfilerazos o arpones desde todas partes, tal cual ha sucedido. Para colmo, si la derecha va dividida como ahora, con tres candidatos fieramente competitivos entre sí —parece que con más encono que con la izquierda—, al negarse a las primarias, ponen en aprietos a Evelyn. Solo importa la posición propia y el hacerse un espacio; lo demás, el país y una tradición política, no es el asunto. La candidata de Chile Vamos está en un dilema en estructura parecido al de la hasta ahora candidata de la izquierda, Carolina Tohá: cómo perfilarse mostrando ser diferente a su izquierda y a su derecha, siendo en lo básico parte de esta última; y no quedarse sin pan ni pedazo por satisfacer las demandas de ambas.
Como vemos, son circunstancias recurrentes en la política actual, y no solo en Chile. Creo que Evelyn debería tomar como ejemplo de supervivencia —no sin cicatrices— el de la derecha clásica alemana, la CDU, y arrancar de la enfermedad francesa que dejó hecho añicos a ese sector. Evelyn fue protagónica de esa parte brillante de la administración Piñera en lo que dice a gestión, y con capacidad de formar equipos, poseyendo ahora un mensaje político (que debe reforzar sin estridencias); hacerse cargo de la horrible situación de seguridad y de la crisis migratoria, sin caer en efectismos o violencias que al final son puramente verbales, irrealizables o de consecuencias dudosas. Su candidatura puede así debilitar los desafíos más integristas sustrayéndoles el tema, para lo que hay que mostrar esa extraña y elusiva combinación de seriedad en las propuestas junto a expresiones simples —no simplistas— y emotivas que hagan sentido. En Chile a esta derecha clásica le hace falta en estos años un toque de patriotismo expreso (no patriotería), sin el cual se debilita la idea de dirección y esa virtud inmaterial del por qué estamos juntos en una nación.
Y, ¿cuál debe ser el norte? Las derechas y las izquierdas que han podido dar energía y horizonte a los sistemas democráticos saben conjugar los dos principios del alma de la política moderna, el orden (o la experiencia de los límites de la realidad) y la igualdad, que no es colectivismo, sino aproximación relativa —en algunos planos completamente igualitaria— de la convivencia social, en especial en la igualdad de oportunidades. Es el gran desafío político de la modernidad. Sin embargo, que no se olvide el desafío que atraviesa toda la historia humana, el de otro tipo de guerra a muerte y que hizo brotar hace tantos milenios los primeros elementos del Estado: la seguridad, que en esta campaña ocupará un lugar protagónico. Todo ello en un medio internacional que asoma particularmente incierto para países como el nuestro, para lo que se requiere una actitud serena, sin dar lugar a devaneos de poder o temas de moda. Sin necesidad de entrar en explicaciones complicadas, esta idea de fondo debería ocupar un lugar en el mensaje al país.