El ascenso de la novela “El Gatopardo” es, a una primera mirada, sorprendente. Su autor —Giuseppe Tomasi de Lampedusa (Palermo, 1896)— fue un príncipe siciliano —descendiente de una antigua familia aristocrática—, quien dedicó la mayor parte de su vida al estudio y la lectura. No era en modo alguno un escritor profesional.
De esos años de estudio restan una escritura tan escasa como límpida: unas magníficas lecciones de literatura inglesa —las lecciones de un gran lector—, unos relatos breves (estupendos) y “El Gatopardo”, esmeradamente escrito y terminado poco tiempo antes de su muerte (Roma, 1957).
El libro inicialmente fue rechazado por las editoriales Einaudi y Mondadori, pero lo publica, en fin, Feltrinelli en 1958, de manera póstuma. Tiene éxito inmediato de ventas —es un auténtico best seller— y de crítica y, rápidamente, se convierte en una de las principales novelas de la literatura italiana y europea. En 1963 viene la consagración de la mano de la película dirigida por Luchino Visconti, con un elenco insuperable y una muy cuidada y exquisita ambientación. La novísima serie de Netflix, en seis sesiones, es el tercer capítulo de la historia de este libro; de esa historia han surgido, al menos, tres gatopardos.
La versión del cine y la de la televisión son traducciones de una obra literaria a un lenguaje visual, necesariamente inspiraciones que la despliegan y también la pueden malinterpretar. La confrontación es particularmente difícil para la reciente serie de Netflix —las malas críticas, sobre todo en Italia, abundan— porque la persiguen simultáneamente el modelo del libro y el de la película de Visconti.
El gatopardo es un pequeño y esbelto felino de piel jaspeada. En la novela ese animal es símbolo heráldico de una noble familia siciliana —los Corbera de Salina— y una alusión al patriarca de la familia, el príncipe Fabrizio, el protagonista. La novela, escrita por un príncipe, relata, pues, el período final de la vida de otro príncipe (y de su clase), cuyo modelo fue, a su vez, un bisabuelo de Tomasi de Lampedusa.
La novela de Tomasi tiene distintas capas y cada lector debe intentar discernir cuáles son, cómo se relacionan y cuál de ellas puede servir de eje en la interpretación de la obra. En ese encuentro radica mucho del misterio y fascinación de “El Gatopardo” y esta secuencia de adaptaciones clama por una relectura del libro, a contraluz de la película y de la serie, ninguna de las cuales debe ponerse a la misma altura una de la otra.
No cabe duda, con todo, que es la novela la que irradia un mundo, un paisaje, unas vidas encarnadas en personajes inteligentes y vitales, un momento histórico. A leer y releer.