“Su candidatura parece tener poco destino, al menos en la próxima elección presidencial”. Así lo sentenció, refiriéndose a Carolina Tohá, el prestigioso periódico que el lector tiene ante sus ojos. Cuento terminado: a tomar palco hasta diciembre.
Las elecciones pasadas en Chile, así como las efectuadas en otras latitudes —entre ellas la más reciente y paradigmática, la de Estados Unidos—, indican que en tiempos tan turbulentos es difícil hacer pronósticos con tanta anticipación.
Todo confirma que la estampa y el desempeño de los candidatos son claves. Simbolizan una forma de ver la vida, una cultura, una posición en la sociedad; aquello que la ciencia política ha denominado un “clivaje”, y que en Chile sigue girando sobre el eje derecha-izquierda.
Es sabido que el país entró a una etapa en la que no busca más disrupciones de ningún tipo. No quiere sabores nuevos ni extravagantes. Quiere un plato tradicional preparado a fuego lento. Matthei lo es; igual Tohá. Por lo mismo, esta última hizo bien en lanzarse a la arena presidencial. Tiene la estirpe y la trayectoria.
Todo candidato será sometido a un screening despiadado. De su vida, sus adhesiones, sus propuestas. No habrá clemencia con la falsedad, la impostura, la vaguedad, el “chamullo”. La credibilidad se juega en la improvisación, en esos nanosegundos donde las reacciones y los gestos se emancipan de la supervisión de los asesores.
El candidato debe contar con pergaminos. Pero sobre todo demostrar al votante que pone la vida a su servicio para defenderlo del desamparo, el desgobierno, la arrogancia y la falta de horizontes.
La campaña y el mensaje son también importantes. Hacer de la contienda electoral una guerra cultural entre géneros, ideologías, etnias o clases se ha revelado contraproducente. Esto vale por igual para liberales y conservadores.
Se ha visto, asimismo, que la poesía está de capa caída. Da bajo rédito apelar a valores abstractos a los que es fácil adherir. Lo mismo a ideas generales y de buena crianza: paz, democracia, justicia, avances civilizatorios, crecimiento. El elector busca medidas concretas, no programas y planes de largo plazo; aún menos nuevas leyes o instituciones estatales.
Como siempre, la economía es determinante; la doméstica, no la de las estadísticas. Veintinueve premios Nobel firmaron un manifiesto anunciando que las medidas económicas de Trump llevarían al desastre. No sirvió de nada: igual triunfó, y ahora más encima las está implementando.
No hay otro antídoto contra el autoritarismo que el “populismo económico”, ha declarado el reputado académico de Harvard Dani Rodrick. La derecha no tiene complejos en utilizarlo cuando lo necesita. La centroizquierda arrastra un trauma al respecto. Si no lo supera, no será competitiva.
En el siglo XX el “populismo económico” se asociaba a más Estado benefactor; en el siglo XXI, a más oportunidades y mejor calidad de vida. Esto exige dinamizar el crecimiento económico con todos los medios al alcance, sin dogmas de por medio.
Candidato, campaña e ideas son indispensables. Para ganar elecciones, sin embargo, se requiere de algo más: una coalición política que dé garantías de gobernabilidad. Lo que fue, en su momento, la Concertación.
A partir de su actual experiencia de gobierno, la centroizquierda podría dar forma institucional a tal coalición. Esto pasa por la organización de una primaria genuinamente competitiva que incluya a la DC. Frente al guirigay de la derecha, le daría una ventaja no despreciable.
Dado el contexto y sus cualidades, Tohá tiene destino. Habrá de actuar, sí, con una exquisita sangre fría.