Alguien tendrá que limitar los excesos de Trump. ¿Quién puede lograrlo?
El Presidente ejerce brutalmente el poder de la primera potencia del mundo; amenaza, humilla, aterroriza y castiga a quienes se oponen a sus designios, y manipula para lograr el respaldo total de su partido y de parte considerable del electorado y de la sociedad civil norteamericana.
Y como si fuera poco, guste o no, exhibe éxitos indiscutibles en su política exterior, con el cese del fuego de Gaza, otro inminente en Ucrania; liberación de presos y rehenes norteamericanos en Rusia, Venezuela, Líbano, Rumania, Gaza; extradición de narcotraficantes desde México; liberación de presos políticos cubanos; reforzamiento de la frontera con Canadá y México para controlar el ingreso de fentanilo; acuerdos para controlar y deportar migrantes ilegales; venta forzada de inversionistas chinos que manejaban los puertos de Colón y Balboa en Panamá; sustancial aumento de gastos en defensa europeo. Suma y sigue.
Los logros internacionales aumentan la peligrosidad de Trump, lo fortalecen para continuar con sus propósitos destructivos del Estado de Derecho norteamericano, de las reglas del comercio exterior, convenciones, tratados e instituciones del mundo libre. En cada caso antepone sus intereses ideológicos y ambiciones nacionalistas y personales.
¿Quién podría detener a Trump?
La única barrera de contención a Trump, incipiente y limitada a lo interno, es la Constitución de Estados Unidos con la separación de los poderes públicos. La división ha comenzado a funcionar con dos fallos de la Corte Suprema que confirmaron la anulación de órdenes ejecutivas, una que pretendió destituir a un jefe de una repartición federal, y otra que intentó congelar desembolsos de gastos públicos ordenados por el polémico departamento dirigido por Elon Musk. Ambos son precedentes para revocar otras órdenes arbitrarias.
Pronto debería aparecer otra resistencia, la del Congreso. Bastaría que se rebelen dos de los 218 representantes republicanos o dos de los 53 senadores de ese partido para hacer fracasar las iniciativas de ley, presupuestos, gastos y nombramientos de Trump. En la Corte Suprema bastó la rebeldía de Amy Coney Barret, sumada al presidente Roberts, para que se derrumbara el control trumpiano del máximo tribunal. También cabe esperar la reacción de la ciudadanía por la sumatoria de violaciones a la ley que protege sus libertades y contrataciones.
En el campo internacional, en cambio, donde el poder presidencial es casi ilimitado, no se divisa ningún país, institución multilateral ni alianza, salvo China, capaz de frenar a Trump. La mayoría prefiere callar y tomar distancia para no ser su objetivo.
La disuasión y freno a las atrocidades de Trump dependerán de la Corte Suprema, del Congreso norteamericano y, por sobre todo, de sus propios errores y de la reacción del pueblo estadounidense a sus transgresiones al Estado de Derecho.