En vacaciones se da una buena oportunidad para emprender una relectura, una experiencia extraordinaria, tan distinta a la de simple lectura. Yo releo “El gatopardo”, de Tomasi di Lampedusa, y tengo en vitrina “El copartícipe secreto”, de Conrad, y “Las memorias de Adriano”, de la Yourcenar.
En una primera mirada, releer un libro resulta nada muy distinto a leerlo por primera vez. Pero el libro es un río y no nos bañamos dos veces en el mismo río. Nosotros ya somos otros y el libro también. Y si lo leyéramos por tercera o cuarta vez, otros tantos libros distintos aparecerían. Y entre aquella primera lectura y la actual se han inmiscuido actos extraños al leer mismo que alteran sustantivamente su contexto.
¿Por qué releer? Antes que nada porque olvidamos lo leído, y solo lo vamos recordando lentamente a medida que releemos. Pero no se necesita largo tiempo para que opere el olvido. A veces pierdo el marcador que me indicaba el punto donde había llegado mi lectura esta mañana y ya esa tarde me extravío y debo retroceder tanteando en busca de aquel punto de llegada. Incluso más, no son escasas las ocasiones en que al regresar a mi lectura después de una breve interrupción uno se da cuenta de que, en buena medida, lo leído hace un poco rato ya comienza a desvanecerse en la memoria.
Releemos, además, por nostalgia y admiración. Se vuelve a leer aquel libro del que recordamos una lectura maravillada y feliz. Sé de los riesgos de esos retornos. Suelen desilusionarnos a menudo, pero en ocasiones la relectura hace surgir nuevos relumbres de belleza y humor.
En ciertas oportunidades la relectura es movida por la inquietud por poseer aquella belleza. La ilación armónica de las palabras, la selección precisa y ajustada de los adjetivos y los nombres, el uso de los verbos y adverbios, la cadencia de las frases; en otros términos, la calidad de la prosa, atraen a una segunda lectura.
En fin, se relee porque los libros traen a la memoria momentos, sentimientos y lugares ya vividos: leemos imbuidos en una circunstancia que rodea el silencioso acto de leer. A veces recordamos menos al autor y contenidos del libro que el ambiente que existía al momento de leer.
Releemos también porque ciertos libros son experiencias fundamentales, tales como un viaje, un amor, un encuentro, acontecimientos que nos transforman y, entonces, somos después de leer el libro una persona distinta a la que éramos antes de haberlo leído. Tal vez lo que se busca en esta relectura sea la clave de la transformación, la interpretación del relato que ilumina la propia vida.