El mundo político está expectante del pulgar de Bachelet. Y pese a que se pasó 2024 diciendo a diestra y siniestra que no sería candidata (como probablemente lo deseaba), la presión de su mundo crece por minutos.
“La Michelle no nos puede dejar solos”, le escuché decir a una cercana hace cerca de seis meses, ante la eventualidad de que no surgiera un candidato competitivo para, al menos, perder con dignidad en la próxima presidencial.
Faltan apenas dos meses para inscribirse en las primarias y no hay otro candidato competitivo posible en ese mundo.
Simplemente no lo hay.
Y, claro, la eventualidad de un naufragio del sector al que le ha dedicado la vida, la puede hacer decidirse por llegar a la papeleta.
Así, paradójicamente, Bachelet es la única salvación que tiene el sector, pero su sombra es la responsable de que no hayan podido surgir otros liderazgos.
Sin embargo, no es esa su única sombra. La más grande es el legado de su segundo gobierno, responsable en parte importante, de la esmirriada situación que se encuentra el país.
La sombra del legado tiene al menos cuatro dimensiones.
En primer lugar, la incorporación del partido Comunista a la coalición de centro izquierda no solo cambió la quilla de la coalición, sino que incorporó el germen de que todo lo realizado en los 30 años había sido un error. De paso, validó a un grupo sin credenciales democráticas, lo que terminó por destruir a la Democracia Cristiana.
En segundo lugar, la reforma tributaria impulsada en su segundo gobierno no solo no recaudó lo proyectado, sino que la descomunal alza de impuestos a las empresas fue una de las causantes de la detención del crecimiento económico del país.
En tercer lugar, la reforma educacional consolidó la destrucción de los colegios emblemáticos, en la práctica impidió la creación de nuevos colegios subvencionados y terminó destinando la mayor parte de los recursos a la gratuidad universitaria.
En cuarto lugar, la reforma política que —junto con terminar el binominal— fragmentó la política chilena hasta llevarla a la situación actual, con 25 partidos políticos, verdaderas pymes de la ingobernabilidad.
Cuatro sombras de directa responsabilidad propia. Bien inspiradas, mal pensadas, mal diseñadas y mal ejecutadas.
Y aquí está la clave. Michelle Bachelet no solo es una persona con credenciales democráticas indiscutidas, sino que es una persona bien inspirada. Pero las sombras de su segundo gobierno son grandes y oscuras.
Las procesiones a La Reina se incrementarán en los días sucesivos. Está por verse la reacción de los chilenos al Bachelet III. Lo que sí es claro es que su caudal político ni en la proclamación de Paula Narváez ni en su liderazgo ante la constitución de la Convención mostró solvencia. Pocos la siguieron. Apenas se movió la aguja
Así, la jugada de la izquierda tras Bachelet puede terminar, no en una victoria pírrica, sino que una derrota pírrica. Habrá impedido el surgimiento de un nuevo liderazgo, su segundo gobierno será escrutado negativamente, pero —por sobre todo— será la muestra más palpable de la incoherencia de una generación que algún día quiso borrar los 30 años y que terminará reptando para convencer a una de sus exponentes principales para intentar salvar los muebles.
Tal vez vale la pena recordar a Maquiavelo: “La promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota una necesidad del presente”…