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Miércoles 12 de febrero de 2025
El novelista y el espía
"Según Taylor, Peter Russell siempre quiso ser novelista. Tuvo que contentarse con habitar ficciones ajenas".
¿Qué tanto conocemos a otra persona? Me lo pregunto leyendo una biografía que me ha llegado. Se llama “Académico y espía: los mundos del profesor Sir Peter Russell”, y la escribe, en inglés, Bruce Taylor, un académico californiano nacido en Chile.
Hasta leerla, yo pensaba que había conocido mucho al eximio profesor Russell (1913-2006). Él ocupó la cátedra Alfonso XIII de Estudios Españoles en Oxford, entre 1953 y 1981. Era un experto en literatura española de la Edad Media y del Siglo de Oro. Y yo, como joven profesor de literatura latinoamericana, fui su colega por seis años, hasta 1974. Lo veía casi todos los días. Incluso contribuí con un capítulo a un libro que él editó. Pero al leer la biografía me doy cuenta de que lo conocía poco.
Una primera sorpresa que me brinda Taylor, quien se alimenta de los cuantiosos apuntes que dejó Russell, es que el hombre sabio y tranquilo que yo conocía vivía al borde de colapsos mentales que contenía con sedantes y psicoanálisis.
Pero hay mucho más.
Yo sabía que Russell aparecía como personaje en las novelas de Javier Marías. Sobre todo, en “Tu rostro mañana”, la trilogía que Marías publicó entre 2002 y 2007, en que le da el nombre de Sir Peter Wheeler. Pero yo pensaba que mucho de lo que Marías le atribuía era pura ficción. Ahora con Taylor descubro que no inventaba tanto.
Primero, me entero de que Russell sí se llamaba Peter Wheeler, como el personaje de Marías. Su madre, Rita Russell, le cambió el apellido cuando se divorció de Hugh Wheeler, el padre.
Enseguida Taylor confirma una historia sorprendente que Marías le atribuye a Russell: que fue un espía británico en la Segunda Guerra Mundial y que puede haber seguido siéndolo después, incluso cuando yo lo conocía.
Resulta que una importante labor de Russell como espía fue la de seguir de cerca a los duques de Windsor en Portugal, en 1940. Cuenta Taylor, confirmando a Marías, que Russell los acompañaba todas las noches al casino de Estoril, con una pistola para matarlos si parecía que se iban con los alemanes. Windsor había sido pronazi como rey, y se creía que Hitler soñaba con restituirlo al trono británico.
A Russell le piden que se asegure que Windsor se suba a un avión que lo llevará a las Bahamas, donde Churchill le ha inventado un puesto como gobernador. Después trabaja en un plan para ocupar las Canarias si se pierde Gibraltar. De allí lo mandan a Jamaica, África, Ceylán y Singapur. En Ceylán, lo vemos cansado, con dudas existenciales. Taylor cita sus apuntes. “Hoy me di cuenta de la razón por el malestar espiritual que me afecta desde que llegué al Oriente. Es la humillación del conquistador foráneo por no haber contribuido nada a la India o Ceylán fuera de contar con superioridad de fuerza”.
Hay una sección de “Tu rostro mañana” en que Wheeler le confiesa a Deza, el narrador, que hizo en la guerra “cosas repugnantes”. No da ejemplos, por lo que Marías inventa a una tal Valerie, colega en inteligencia con que Wheeler se habría casado, aunque en realidad Russell murió soltero. Valerie, por el bien del imperio, delata a su mejor amiga, una alemana, y le arruina la vida. Después de la guerra, no puede vivir con la memoria de su vil acto y se suicida. Dice Deza, para consolar a Wheeler, que es posible “que algo esté bien cuando se hace, o sea justificable al menos, y que no lo esté cuando ya se ha hecho, siendo siempre la misma cosa”. Tema de temporalidad ética que tanta tormenta provoca hoy día, y que tal vez explique las angustias de Russell después.
Según Taylor, Russell siempre quiso ser novelista, cosa que tampoco sabía yo. Tuvo que contentarse con habitar ficciones ajenas. Hay una dimensión fascinante que le agrega Marías: Wheeler y Deza concluyen que hay notables similitudes entre el espía y el novelista. Ambos tienen que ser perceptivos. Ambos tienen vidas múltiples. Ambos caminan por una línea delgada entre realidad y apariencia, entre lo vivido y lo inventado.
Hasta leerla, yo pensaba que había conocido mucho al eximio profesor Russell (1913-2006). Él ocupó la cátedra Alfonso XIII de Estudios Españoles en Oxford, entre 1953 y 1981. Era un experto en literatura española de la Edad Media y del Siglo de Oro. Y yo, como joven profesor de literatura latinoamericana, fui su colega por seis años, hasta 1974. Lo veía casi todos los días. Incluso contribuí con un capítulo a un libro que él editó. Pero al leer la biografía me doy cuenta de que lo conocía poco.
Una primera sorpresa que me brinda Taylor, quien se alimenta de los cuantiosos apuntes que dejó Russell, es que el hombre sabio y tranquilo que yo conocía vivía al borde de colapsos mentales que contenía con sedantes y psicoanálisis.
Pero hay mucho más.
Yo sabía que Russell aparecía como personaje en las novelas de Javier Marías. Sobre todo, en “Tu rostro mañana”, la trilogía que Marías publicó entre 2002 y 2007, en que le da el nombre de Sir Peter Wheeler. Pero yo pensaba que mucho de lo que Marías le atribuía era pura ficción. Ahora con Taylor descubro que no inventaba tanto.
Primero, me entero de que Russell sí se llamaba Peter Wheeler, como el personaje de Marías. Su madre, Rita Russell, le cambió el apellido cuando se divorció de Hugh Wheeler, el padre.
Enseguida Taylor confirma una historia sorprendente que Marías le atribuye a Russell: que fue un espía británico en la Segunda Guerra Mundial y que puede haber seguido siéndolo después, incluso cuando yo lo conocía.
Resulta que una importante labor de Russell como espía fue la de seguir de cerca a los duques de Windsor en Portugal, en 1940. Cuenta Taylor, confirmando a Marías, que Russell los acompañaba todas las noches al casino de Estoril, con una pistola para matarlos si parecía que se iban con los alemanes. Windsor había sido pronazi como rey, y se creía que Hitler soñaba con restituirlo al trono británico.
A Russell le piden que se asegure que Windsor se suba a un avión que lo llevará a las Bahamas, donde Churchill le ha inventado un puesto como gobernador. Después trabaja en un plan para ocupar las Canarias si se pierde Gibraltar. De allí lo mandan a Jamaica, África, Ceylán y Singapur. En Ceylán, lo vemos cansado, con dudas existenciales. Taylor cita sus apuntes. “Hoy me di cuenta de la razón por el malestar espiritual que me afecta desde que llegué al Oriente. Es la humillación del conquistador foráneo por no haber contribuido nada a la India o Ceylán fuera de contar con superioridad de fuerza”.
Hay una sección de “Tu rostro mañana” en que Wheeler le confiesa a Deza, el narrador, que hizo en la guerra “cosas repugnantes”. No da ejemplos, por lo que Marías inventa a una tal Valerie, colega en inteligencia con que Wheeler se habría casado, aunque en realidad Russell murió soltero. Valerie, por el bien del imperio, delata a su mejor amiga, una alemana, y le arruina la vida. Después de la guerra, no puede vivir con la memoria de su vil acto y se suicida. Dice Deza, para consolar a Wheeler, que es posible “que algo esté bien cuando se hace, o sea justificable al menos, y que no lo esté cuando ya se ha hecho, siendo siempre la misma cosa”. Tema de temporalidad ética que tanta tormenta provoca hoy día, y que tal vez explique las angustias de Russell después.
Según Taylor, Russell siempre quiso ser novelista, cosa que tampoco sabía yo. Tuvo que contentarse con habitar ficciones ajenas. Hay una dimensión fascinante que le agrega Marías: Wheeler y Deza concluyen que hay notables similitudes entre el espía y el novelista. Ambos tienen que ser perceptivos. Ambos tienen vidas múltiples. Ambos caminan por una línea delgada entre realidad y apariencia, entre lo vivido y lo inventado.