Aunque las primeras actividades mafiosas de Alphonse Gabriel Capone están documentadas en la década de 1910, no fue hasta comienzos de 1925 —exactamente hace 100 años— cuando “Caracortada” tomó el control de Chicago y se convirtió en el zar del crimen. Al Capone había abandonado Nueva York pocos años antes, debido a la dificultad de obtener sabrosas rentas en una ciudad donde los negocios ilegales eran muy competitivos, llegando a Chicago al alero de su padrino, John Torrio, quien lo nombró administrador de sus negocios de alcohol y prostitución. Cuando Torrio escapó a Italia, luego de un intento de asesinato, Capone quedó como amo y señor de Chicago.
Como todo villano, su dominio de la ciudad descansaba en la violencia y en su habilidad de infiltrar a la policía y la justicia. La capacidad de amedrentar y matar a sus enemigos —así como a cualquiera que quisiera interponerse en su camino— era, sin duda, su característica más notoria. A decir verdad, como la de todo mafioso.
Pero el arma más letal de Capone no eran las pistolas, sino su popularidad. Cual Robin Hood —como literalmente era conocido en círculos populares—, Capone explotaba su lado caritativo, lo que le valió apoyo entre la gente común y corriente. Conocido por sus actos de generosidad, donaba dinero a los pobres a través de fundaciones de caridad, lo que lo transformaba en una persona admirada y con un encanto maléfico. Famoso, por ejemplo, fue su comedor popular para desempleados y niños durante la Gran Depresión. Esta tensión entre la persona y el personaje le valió posteriormente el atractivo en Hollywood, que pasó a representarlo como un “gangster con corazón” en numerosas películas.
La historia de Al Capone adquiere especial relevancia en nuestro tiempo. Estrictamente hablando, ninguno de sus métodos es del todo novedoso. Las actividades ilegales vinculadas a la droga y el narcotráfico siempre han existido, así como la capacidad de los mafiosos de matar a la luz del día o de internarse en el aparato estatal a punta de sobornos. Por último, la habilidad de los narcos para ganar el favor de la gente con actos de beneficencia es más vieja que el hilo negro. Bien lo sabía el “patrón del mal”.
El problema es que el terreno para que estos males se esparzan está fértil. El estancamiento económico, la falta de oportunidades para los jóvenes y el ocio son abono para diseminar e institucionalizar la cultura narco. Así, el espacio para un mesías que busque ganar el favor de la gente a punta de regalos, financiados con dinero mal habido, está vivo.
¿Qué sucederá cuando obtengan los votos y tomen el control de las ciudades? Seguramente, seguirán con sus generosas dádivas con fondos públicos. Algo sugiere que no estamos tan lejos.