Las nuevas tecnologías asociadas a internet ofrecen opciones distintas de disfrute del arte, aunque muy estrechamente emparentadas con la lectura. En vez de tomar un libro de poesía —por ejemplo, “La vida de un hombre”, de Giuseppe Ungaretti, o “Gracias, niebla”, de W.H. Auden— y seguir sus palabras e imaginar su sonoridad y cadencia, se puede abrir un pequeño computador personal, cómodamente echado sobre la cama o en un buen diván, y pasarse una hora o más viendo y escuchando videos de poemas recitados por Ungaretti o Auden o, a partir de ellos, de otros poetas italianos y europeos contemporáneos.
Es amable ese ir de video en video y el efecto es impresionante: una buena mezcla entre una lectura silenciosa y sin prisa y la escucha a oscuras de una obra dramática. Incluso más: al experimentar a un poeta recitando poesía parece que recuperamos algo esencial de ella y que con la escritura se ha opacado: su cuerpo. Hay cierto consenso histórico acerca de que, en sus inicios, la poesía era canto y, en consecuencia, se componía, guardaba y representaba de manera oral. La poesía fue, de este modo, un arte de “cuerpo presente”: el poeta y su público se podían mirar a los ojos, verse y escucharse: el texto poético, en cambio, el poema escrito, priva de la presencia corporal del autor y del acto mismo del canto. Y es bastante lo que se pierde. Es cierto que ver un video no devuelve a esa experiencia originaria y total. Las imágenes y la voz registradas poseen un carácter fantasmagórico y solo aproximan y proporcionan un atisbo de la presencia real, pero comparadas con la lectura del texto resultan fuertemente encarnadas.
Hay un video de Ungaretti con el cual es recomendable empezar y al cual conviene retornar en esta navegación: “I miei fiumi”. El gran poeta italiano, ya anciano, lee el poema sentado en un elegante sillón. Atrás se observa una solemne estantería de libros. El video está en blanco y negro y una luz poderosa cae sobre el rostro del poeta, que apenas se detiene en las hojas del libro para después levantar la vista hacia la derecha y clavar la mirada en un punto impreciso allí arriba. Sus ojos brillan con distintas intensidades según va escandiendo los versos, su rostro se relaja o se contrae, su ceño se frunce con dolor y alternativamente se relaja sonriente, se agitan y distienden sus hombros y su cuerpo entero conduce y es guiado por el poema. La voz va marcando una trama de sinuosidades y matices, lleva materia, tiempo y carne. La estrofa final (“Esta es mi nostalgia/ que en cada uno/ me traspasa/ ahora que es de noche/ que mi vida me parece/ una corola/ de tinieblas”), oída y vista del poeta, se llena de un fuego que impulsa a la poesía más allá de la mera literatura.