Cuenta regresiva para que termine el 2024. Seguro dejará tantos recuerdos, tantas historias. En lo económico, sin embargo, el año pasó sin pena ni gloria. Fue otro año flojo, de esos a los que la gente ya se ha acostumbrado. Se consumió un poquito más que el 2023 (1,1% más para ser precisos) y se invirtió un poquito menos (-1,3%). El desempleo se mantuvo por sobre el 8,3%, parecido al año anterior. El crecimiento del PIB parece que cerrará en 2,3%, lo que sería la segunda mayor expansión anual de la última década (descontando el anómalo 2021). ¿Motivo de celebración? Quizás en Narnia.
Así que demos vuelta la página y a prepararse, mire que el 2025 será clave.
Partamos por los desafíos. Todas las proyecciones apuntan a un crecimiento cercano al 2% (parejito). La inflación será nuevamente tema, al menos en la primera mitad del año. El empleo continuará su incómoda tendencia gracias a una regulación que asfixia. Sin cambios ni visión, el sistema educacional seguirá a la deriva, lo que es un obstáculo para nuestras posibilidades de desarrollo. Y a propósito de trabas que frenan el progreso, todo indica que la violencia y delincuencia continuarán generando estragos. Lo anterior, con un escenario internacional de alta incertidumbre en el hemisferio norte.
Entonces, se avecinan 12 meses complicados. ¿Dónde está lo decisivo? En la elección de noviembre de 2025. De derecha, centro o izquierda, los programas de gobierno de los candidatos tendrán que hacerse cargo de una compleja novedad económica: por primera vez en décadas, el país ofrece peores oportunidades a las nuevas generaciones que las que ofreció a las anteriores. Las restricciones presupuestarias son evidentes; el ajuste de expectativas, casi inevitable.
Entonces, será un debate duro, pero ineludible. ¿Dónde debería estar el foco?
Dado que en pedir no hay engaño, uno desearía que cada aspirante a La Moneda haga al menos cuatro promesas de fin de año. Primero, desmantelar el crimen organizado. Segundo, atraer la inversión extranjera. Tercero, un lifting educacional monumental que al menos evite el descalabro que miles de estudiantes y trabajadores enfrentan ante el cambio tecnológico (¿se acuerda cuando la capacitación era tema?). Cuatro, la urgente modernización del Estado análogo.
Si una agenda así es suficiente para salir de la trampa del ingreso medio no lo sabemos, pero de que es necesaria hay pocas dudas. A esto sumemos la urgencia: con cada nuevo año de estancamiento económico se hace más difícil romper la tendencia. Por eso puede ser también importante imponerse algunas metas.
Así que, aprovechando la cuenta regresiva de fin de año, dejo una idea ambiciosa: 5% de aumento mínimo de inversión, 4% de crecimiento del PIB, 3% de inflación, 2% de expansión máxima del gasto público, y, dado que siempre existe, solo 1% de improvisación. Si quien gane los comicios de noviembre acerca al país a esa secuencia cada año, no será su elección solo el hito del cuarto de siglo que se termina, sino la esperanza del que se inicia.