Termina un nuevo año. Y a la hora del balance, no hay mucho que celebrar.
El año se inició con los incendios de Viña que fueron provocados por tres funcionarios de la Conaf. Tal vez un augurio de todo lo que vendría.
Luego vino el turno de la muerte de Sebastián Piñera. Una tragedia que terminó con la vida del personero más importante de la derecha desde Jorge Alessandri. Y lejos de terminar perseguido, como había anunciado el candidato Boric, terminó bajo los honores del propio mandatario.
La corrupción volvió a hacer de las suyas en 2024, con el “caso Audio” como paradigma. La delincuencia sigue arreciando y se mantiene en el primerísimo lugar de las preocupaciones ciudadanas. La refundación de Carabineros ya no es más que un viejo sueño de verano frenteamplista.
El crecimiento está detenido. Un 2% que es prácticamente nada, con una vocera que enfrenta a los “agoreros”, con un ministro que sueña con “brotes verdes” y un Presidente que sigue convencido de que es la “ideología” la que hace a los empresarios no invertir. Un par de naranjillos, unas tapas de bebida, restos de puntas de flecha, unas pocas chinchillas y algunos murciélagos detienen el crecimiento del país, en permisología que dura años de años.
Pero si hay un elemento que marcó el año, fue el caso Monsalve. Por una parte, dejó en claro que el zar de la delincuencia tenía otras preocupaciones. Y, por otra parte, dejó a la posteridad una reacción del Gobierno que hasta ahora no logra explicarse.
El año termina sin que el sistema político haya sido alterado. La reforma de pensiones no ha logrado un acuerdo y —un gobierno envalentonado— ha recobrado viejos bríos estudiantiles al “enfrentar a los poderosos”. La ministra Orellana —la misma que hizo una de las declaraciones más clasistas que se hayan conocido por una autoridad (al señalar que Monsalve no era un portero)— fustigó esta semana a los “príncipes de la Iglesia”, y —el mismo día— el Presidente Boric enfrentó a los “poderosos” de las AFP.
Así termina el año. Y a la hora del balance, no hay mucho por lo que descorchar champaña. Más bien casi nada. Tal vez, lo único rescatable fue la firme postura de Chile ante el fraude venezolano, pero que cuando se acerca a la isla cubana los argumentos se difuminan completamente.
El inicio del año siempre es una buena oportunidad para volver a empezar. En el antiguo Egipto coincidía con la inundación anual del Nilo, que traía prosperidad a la tierra. Toda la esperanza nuevamente en lo que viene. Atrás queda el año que se fue.
Y el año que viene se trata del último del actual Gobierno.
Un gobierno elegido bajo las últimas brasas ardiendo del estallido social, que prometió hacer casi todo lo que no ha hecho y que ha hecho casi todo lo que prometió no hacer.
En buena hora.
Un Presidente que de alguna manera maduró con el cargo, cuyas buenas intenciones son difíciles de desmentir, pero —como él mismo ha reconocido— con una parte de él que mantiene el interés de destruir el capitalismo.
Sin embargo, el 2025 durará hasta marzo. Y febrero no cuenta porque son las vacaciones. La contienda electoral, a partir de abril, se lo tomará todo.
La pregunta que quedará, entonces, es cuál será el legado del Gobierno. Y la respuesta probablemente será tan intensa como fue el final del gobierno de Bachelet 1. En aquella oportunidad quienes defendían haberse moderado se pusieron detrás de Andrés Velasco y quienes consideraban que el fracaso se debía precisamente a la moderación se pudieron detrás de Francisco Vidal. Ese revisionismo necesariamente comenzará muy pronto y tendrá las mismas características.
Bachelet compró la tesis de Vidal y volvió recargada a su segundo mandato. La incógnita está en Boric. ¿Preferirá ser el Lagos del siglo XXI y encabezar una izquierda distinta a la que campea en el continente, o volverá recargado de intención de “destruir el capitalismo” a un probable segundo mandato? (tiene hasta el 2065 para serlo).
La respuesta no es clara. La respuesta tal vez no la conozcamos nunca.