Chile debe reaccionar positivamente ante los desencuentros con los gobiernos de Estados Unidos, primera potencia del mundo, y de Argentina, aliado desde nuestra independencia, primera prioridad vecinal, único de los vecinos que ha sido capaz siempre de resolver nuestras diferencias pacíficamente.
Han surgido tensiones con Buenos Aires y se anticipan con Washington no solo por incompatibles visiones ideológicas entre sus gobernantes, también por legítimas diferencias en políticas de Estado y defensa del interés nacional.
Para la diplomacia será difícil operar en los impredecibles y anómalos mundos de Trump y Milei. No es primera vez ni somos el único país que experimenta algo parecido. Gran Bretaña ha dañado su relación especial con Estados Unidos. El gobernante Partido Laborista participó en campañas a favor de Biden y Harris, en contra de Trump, a quien el actual ministro de Asuntos Exteriores británico calificó de “xenófobo” y otros insultos peores. En el pasado Chile fue parte de la Guerra Fría, sufrió la implacable ofensiva soviética y cubana, desencuentros con democracias europeas, en coincidencia con las amenazas peruanas por el centenario de la Guerra del Pacífico y la situación con Argentina. Nuestra diplomacia sorteó esos formidables obstáculos mediante una inserción sin precedentes en la economía global gracias a la apertura comercial. Importante para ayudar a descomprimir la presión externa durante el gobierno militar fue la pragmática relación con la República Popular China y la visionaria apertura al Asia Pacífico, antes que el resto del mundo la considerara como la más importante en términos estratégicos. Notable fue lograr el Tratado de Paz y Amistad con Argentina, cuyo 40 aniversario celebramos este año.
Ciertamente, la situación internacional actual es incomparable con las urgencias y dificultades de los años 70 y 80. Eso no significa quedar inmóviles ante el deterioro de nuestros lazos con dos de las primeras prioridades de la política exterior chilena. Estamos obligados a buscar nuevas avenidas, fortalecer instrumentos de los bicentenarios y densos vínculos que nos unen con Estados Unidos y Argentina. La obsesión presidencial en contra de Israel no ayuda a este propósito.
Los accesos a la Casa Blanca y a la Rosada podrían ser bloqueados; esos focos están expuestos por el momento. Eso no es todo, hay problemas, pero también intereses, valores y oportunidades y otras históricas vías de acceso por el comercio, las inversiones, el financiamiento, la cooperación militar, los intercambios culturales, las relaciones con gobiernos locales, las comunidades nacionales residentes de uno y otro país.
No todos los libertarios y tampoco todos los republicanos respaldan las agresivas políticas de sus presidentes. Ningún chileno debería restarse a contribuir a mejorar las relaciones con Estados Unidos y Argentina. La Cancillería debe asumir un plan y la coordinación de este cometido.