La decisión de quedarme trabajando en casa la semana pasada terminó siendo un error. Buscaba un espacio tranquilo para leer unos trabajos y escribir, pero el desfile de los delivery y las correspondientes fotos con cada paquete hicieron imposible la tarea. Aunque en algún minuto me alegré pensando en los regalos navideños que mis hijos me preparaban, la respuesta iba por otro lado. El mandato fue dejar las cajas en la entrada de la casa para que Fede y Maca, unos amigos argentinos, las recogieran.
Sabía que muchos aprovechaban los viajes a Chile para comprar y que otros venían especialmente a eso. Pero después de escarbar un poco en los números, queda claro que las masivas compras albicelestes en las tiendas chilenas están plenamente justificadas. Un ejercicio útil es comparar el precio de productos idénticos en dólares. Al tipo de cambio oficial en Argentina y usando el valor de mercado del peso chileno, un computador en Argentina vale casi tres veces lo que vale en Chile y una freidora, sobre cuatro veces. Una parka de marca y un par de zapatos de fútbol cuestan básicamente el doble en Argentina que en Chile. Y el clásico combo Big Mac cuesta un 60% más en la 9 de Julio que en 10 de Julio.
¿Qué significa esto? En simple, que Argentina necesita una moneda más depreciada. Para mi canasta arbitraria de productos equivalentes y descontando los impuestos, una buena aproximación es que los precios en dólares en Argentina son el doble que en Chile. Para igualarlos a ambos lados de la cordillera, la moneda argentina debería pasar de 1.000 a 2.000 pesos por dólar, lo que equivale a perder la mitad de su valor. Números más o números menos, este es uno de los principales desafíos de Milei. El significativo desequilibrio cambiario en Argentina hace que exportar sea poco atractivo, salvo para industrias benditas, como el campo. Pero una reforma económica sostenible requiere de menores costos en dólares para hacer florecer a toda la industria exportadora.
En esto, la comparación con Chile es atingente: la salida de la crisis de la deuda a mediados de los 80s requirió de un importante ajuste fiscal y, junto con ello, una depreciación significativa del peso. Entre 1984 y 1987, el peso chileno perdió un 55% de su valor en términos nominales, con una inflación que promedió 23% por año. Esta depreciación real entregó la señal correcta de precios para los exportadores.
Mientras el ajuste cambiario no suceda, la recuperación argentina permanecerá maniatada, y las tiendas chilenas seguirán gozando de turistas albicelestes. ¡Feliz Navidad!