Los vecinos se enchulan. Perú tiene nuevo megapuerto construido en alianza con China y Argentina apuesta a ser el socio de EE.UU. en la región. Mientras tanto, en Chile se detecta cierta complacencia, casi vocación, de ser solo ese paraje al final del mundo, esa estación terminal, que alguna vez creció.
Hablando de estación terminal, lo del aeropuerto de Santiago (SCL) no da para más. Hay pocos lugares en donde la desidia e inoperancia generen más problemas de productividad, estrés a la gente y pérdida reputacional. ¿Es por la paralización ilegal de esta semana? No, eso es la punta del iceberg. ¿Tema de élite? Tampoco. Gracias al progreso de los 30 años, volar, incluso al extranjero, es una realidad de mucha clase media. Así que procedamos a disectar lo que pasa ahí.
Partamos con la salida del país. Un igualitarismo mal entendido (fila única y eterna), la falta de personal en horas punta (¿tan difícil es predecir la demanda?) y agentes PDI más interesados en chatear que en timbrar pasaportes hacen el proceso tan lento que decepciona hasta a quien viaja por primera vez. Igual al salir la gente va entusiasmada y se aguanta. Al volver, la cosa no es así.
Se ha comentado la distancia que hay que recorrer cuando se arriba a SCL, así que no describiré esos pasillos eternos que llevan desde la manga al control migratorio. Solo una regularidad empírica: el número de sillas de ruedas que espera al avión que llega a SCL es el doble del que uno contó al abordar. Ya se pasó la voz de la maratón.
Pero si uno queda con la lengua afuera por la caminata, la larga fila de inmigración permite descansar. Es verdad que estas existen en todos lados, pero la tecnología está acortándolas. Colombia implementó un sistema biométrico muy expedito. Global Entry en EE.UU. utiliza reconocimiento facial y es una maravilla. En Chile están los quioscos con tecnología nivel Atari 800. Escanear pasaporte, poner dedos, tipear datos en pantalla (sí, ¡tipear!), para terminar igual en la caseta PDI, pues algo falló. Pura crueldad.
Luego un clásico. Funcionarios sentados celular en mano junto a un escáner inerte, mientras un can olfatea maletas y mochilas. Dan ganas de premiar al sabueso por partida doble: por su productividad y por la paciencia frente a la displicencia humana. Después el retiro de maletas (caos), la declaración de aduana (¿alguien las mira?) y la bienvenida de taxistas truchos que acosan a pasajeros (¡cómo pueden seguir allí!). Agotador.
Años de errores e improvisaciones han normalizado hacer las cosas al lote en SCL. Lo más increíble es que su decadencia tiene solución conocida. ¿Grandes inversiones extranjeras? No, mejor gestión. Por eso molestó tanto su autoflagelante paralización. ¿Señal de esa complacencia generalizada? De ser así, ojalá nadie lo note. Si con poca competencia crecimos menos de 2% (anual) en la última década, imagínese con vecinos que quieran captar inversión y nosotros con afición a las trabas e inacción ante la baja productividad. A reescribir La Araucana: “Chile, fértil provincia, pero señalada como estación terminal”.