Ni Hillary Clinton ni Kamala Harris pudieron llegar a la Casa Blanca. Algunos se preguntaban, tras la resonante victoria de Donald Trump, si ese “techo de cristal” al que se refería Clinton existe para las mujeres en la política, lo que contradice la percepción de que el feminismo ha penetrado fuerte en la sociedad norteamericana. Unos apuntaban a que hay una velada “guerra de los sexos”, o peor, algo de racismo. Pero esto no parece explicar la derrota de esas dos mujeres excepcionales, que han hecho política en serio, y tenían los recursos y el apoyo total de su partido para hacer una campaña exitosa. Tal vez, la respuesta no es que los estadounidenses se resistan a ser gobernados por una mujer, sino simplemente que ninguna de las dos era la candidata adecuada para el momento y la situación.
A Hillary le pesaba haber sido primera dama y después secretaria de Estado, papeles en los que recibió duras críticas, algunas injustas, otras acertadas y muchas sesgadas. Nadie dudaba de su ambición ni de su capacidad, y probablemente por eso ganó el voto popular en 2016, no así el colegio electoral, que terminó dando el triunfo a Trump. Kamala tuvo que lanzarse a la piscina casi sin agua, recién cuando se hizo patente que Joe Biden no estaba en condiciones mentales de enfrentar una campaña y menos otro mandato. Su lealtad al jefe la hizo cometer fallas graves en la carrera, como decir que no se le ocurría ninguna decisión que hubiera tomado distinta al Presidente, justo cuando el electorado exigía cambio de rumbo.
Desde el comienzo de la campaña, fue evidente que las prioridades de los votantes eran la economía, la inflación y las dificultades para llegar a fin de mes, así como la inmigración ilegal. Pero Kamala, a pesar de evitar hacer una campaña eminentemente feminista, se enfocó en los derechos reproductivos —quiso aprovechar la agitación que produjo la decisión de la Corte Suprema de anular la protección constitucional del derecho al aborto— y la defensa de la democracia supuestamente amenazada por Trump. Con eso esperaba ampliar el margen del apoyo femenino que tuvo Biden en 2020. No fue así. Ganó en el grupo de mujeres: el 53 por ciento marcaron las exit polls, pero insuficiente para contrarrestar el aumento que obtuvo Trump entre tradicionales votantes demócratas ahora disconformes con el gobierno, como los latinos (14 puntos más que en 2020), los hombres afroamericanos (12 puntos más) o los jóvenes menores de 30 años (7 puntos más), a los que captó con su participación en podcasts de exitosos influencers de derecha.
Como molesta el estilo prepotente de Trump y su lenguaje provocador, cargado de expresiones machistas, sorprende que no hiciera mella en el voto femenino o de las minorías (subió 3 puntos entre afroamericanas y 8 entre latinas). Kamala se equivocó en su apuesta, ni el aborto ni los temas identitarios eran ganadores, sino el bolsillo y la seguridad. Como dijo una partidaria de Trump: “Votaría por una mujer, pero no por cualquier propuesta”.