La revolución está en marcha. La democracia en disolución. ¿Qué hacemos ahora? La revolución no ha cejado en su empeño. La derrota del 4 de septiembre, explicaron entonces, fue porque no se entendieron sus beneficios. Pero con habilidad y maña el Gobierno ha mejorado su situación. Con metas claras y disimulo ha sorteado los obstáculos y siembra las confusiones que la impulsan.
La democracia, por su parte, se empantana en la frivolidad y la incompetencia de la oposición, que lleva a la pasividad y la decadencia. Su carencia de ideas y de claridad, unidas a su tradicional fronda, le impiden señalar soluciones reales para hoy, unidas a la mística que requiere el esfuerzo tenaz y perseverante para orientarse en medio del esfuerzo cotidiano que requiere el futuro en comunidad.
Se afirma que sin crecimiento económico no hay bienestar. De acuerdo. Pero este esfuerzo requiere de un respaldo anímico para fructificar en beneficios que superen el ingreso per cápita, y que nos fortalezca en el inacabable camino de un futuro posible. La crisis educacional constituye una limitante. Pero la claridad y convicción que puedan transmitir los conductores de la nación es aún más importante. Y sin claridades y convicciones no hay democracia ni sistema alguno que nos saque del pantano.
Ya no valen las invocaciones a las crisis de seguridad y de gestión, que son las caras más visibles de nuestros males. Las políticas sectoriales son imprescindibles para enfrentar los problemas más inmediatos, pero es necesario evaluarlas en el tiempo para afinarlas, teniendo en cuenta que ellas no nos sacan del presentismo.
Para superar la revolución y la decadencia tenemos que clarificar quiénes somos, por qué en el pasado surgimos como nación y de qué manera esa historia nos señala un camino y unas tareas para el presente con miras al futuro, como tareas que comprometen a todos, pues la patria constituye un esfuerzo compartido que se sostiene en el tiempo. Cuando se habla de un proyecto, estamos refiriéndonos a un proyectil lanzado con una trayectoria precisa que lo singulariza y que en su impulso lleva consigo el esfuerzo de todos.
La revolución siempre es conducida por un grupo que se dice superior para guiarla y defenderla de sus enemigos. Sí, enemigos, pues para ella solo hay amigos y enemigos y no la patria común. Por el contrario, la patria es tarea de todos y la democracia necesita fortalecer las actitudes y conductas para que todos sintamos la satisfacción del esfuerzo conjunto.