Demasiado corta, pero entretenida e instructiva la visita de Boris Johnson a Chile.
Hay gente acá que cree que él es de “extrema derecha”. Nada que ver. Encarna lo que se llama “one-nation conservatism” o conservatismo para toda la nación. Que un gobierno de centroderecha no se ciña a los intereses de un sector, sea empresarial, religioso o de clase. El concepto, que les ha dado grandes éxitos a los conservadores británicos, le serviría también a nuestra centroderecha.
Al respecto, es muy interesante la exitosa campaña que hizo Johnson para reelegirse, a fines de 2019. Aparte de ese conservatismo inclusivo, había otras ideas fuerza, todas relevantes para Chile. Por ejemplo, la de “nivelar hacia arriba”. No sacarle los patines a nadie, sino ayudar a que se los pongan los que no los tienen, porque la gente no busca regalos paternalistas, sino oportunidades para mostrar lo que ellos mismos son capaces de aportar. También, inversión en infraestructura —a lo Ricardo Lagos— que sirviera de catalizadora de inversiones privadas. Todo esto, liderado por un primer ministro conocidamente feminista y ecologista, que presidía el gabinete más multiétnico del mundo. Había otro tema, el del Brexit, que no nos compete. Lo demás fue un ejemplo para nuestra centroderecha.
¿Por qué entonces cayó? ¿Siendo que es suficientemente querido en Reino Unido como para que le digan “Boris” a secas? El trata de explicarlo en “Unleashed (Desatado)”, las entretenidas memorias que acaba de publicar.
Primero, tuvo que cerrar el país por la pandemia, por lo que se postergaron las grandes iniciativas. ¿Y cuando la pandemia se acaba? Boris tiene una teoría interesante. Que cuando hay un período de alto estrés en un país, la gente se cuadra con el gobierno. Superado el estrés, se vuelve rebelde y rabiosa.
Claro que Boris no fue derrotado por los votantes. Fue derrocado por su partido, en uno de esos arrebatos regicidas en que incurre la derecha británica, como si buscara emular a la nuestra. Muchos en la izquierda del partido estaban en contra del Brexit y querían pasarle la cuenta. Otros a la derecha querían un Brexit más duro o una política más severa contra la inmigración, temiendo que los destronara un nuevo partido de extrema derecha llamado Reform.
Se armó un tremendo complot. El pretexto: unas “fiestas” en Downing Street en 2020-21. Es una casa chica donde trabaja mucha gente. Imposible el distanciamiento social. Sí hubo una fiesta, en los jardines, pero Boris no estaba. Su pecado fue permitir que a veces sacaran una cerveza en las reuniones, en vez de un té o un café. Unos asesores tomaron fotos y las filtraron un año más tarde por despecho: los habían despedido. Se nombró una comisión investigadora presidida por una tal Sue Gray, una funcionaria “imparcial”. Su veredicto contra Boris fue lapidario y él tuvo que renunciar. Dos años más tarde, la pérfida señora aparece como jefa de gabinete del nuevo Primer Ministro laborista, Keir Starmer, y su hijo es elegido como parlamentario laborista.
Con la ida de Boris, el partido se volvió autodestructivo. Se envalentonó Reform. En las elecciones de julio recién pasado, que Boris podría haber ganado, los conservadores fueron liquidados, a pesar de que el voto popular derechista, sumado Reform, superara al de los laboristas. ¡Es que la derecha desunida tiende a ser vencida!
Boris tiene mucho que enseñarle a la nuestra, tan conflictiva y egoísta como la que le tocó. No solo por su conservatismo inclusivo. También, por la forma en que él se juega por sus ideas, esté uno de acuerdo o no. Sus campañas no eran ideadas por temerosos comités. Lejos de mentir como dicen sus enemigos, él dice lo que piensa, a veces —hay que admitirlo— con las exageraciones e imprudencias comunes en gente de mucho corazón. Y siempre, como vimos en Chile, despliega un gran sentido del humor, lo que irrita a los solemnes.