La función de los líderes políticos o comunicacionales es enseñar más que escandalizarse, y explicar más que sorprenderse. Si no lo hacemos, no nos extrañe que la gente se violente. No lo hace con los sueldos de deportistas, porque entiende cómo funciona la industria del deporte, ni con los rostros de TV, porque las personas saben que el periodista al frente de la pantalla gana más que el que está detrás. El “cuánto” no se conoce, porque existe el derecho a la intimidad para el trabajador y es conveniente para el empleador, porque si las remuneraciones fueran transparentes, la competencia sabría por cuánto puede levantarlos.
¿Por qué un mismo abogado hace clases gratis en la Chile y cobra en una universidad privada? La respuesta me la dio un profesor mío: “Porque yo necesito el prestigio de la Chile y la XXX necesita del mío”.
Uno de mis primeros trabajos como abogado fue para una empresa de productos personales y me tocó hacer contratos para muchas figuras del espectáculo que hacían comerciales para champús, cremas, etcétera. Les pagábamos lo que a mí me parecía una fortuna, hasta que entendí que la empresa y las estrellas hacían un buen negocio para todos. La empresa que vendía más, los consumidores que querían tener el pelo o el cutis como las estrellas, y las figuras que monetizaban su “efímera” fama. Todos ganaban.
Aunque a muchos no les guste reconocerlo, la educación es una industria de servicios competitivos. Las universidades contratan profesionales prestigiosos en áreas de las ciencias, las artes, la política y las humanidades porque con ello atraen alumnos. Las personalidades de la política, que tienen trayectorias profesionales destacadas, son altamente requeridas por las universidades. Es posible que muchas de ellas vayan a las universidades mientras esperan su turno para volver al gobierno, lo que no implica que no agreguen valor con lo que hacen mientras esperan. A esas personalidades se les paga como profesores un sueldo de mercado y un extra como “personaje” —aunque nadie lo diga— por endosar su prestigio a la universidad y con eso atraer demanda de alumnos.
Por eso no es comparable el sueldo de un profesor al que se le paga por hacer clases (y que suplementan esas remuneraciones postulando a fondos públicos concursables o con consultorías donde sí se remuneran los títulos) con lo que se le paga a una persona que ha sido ministro o parlamentario, al que se le pagará algo más por su fama (Good Will). Dicho así, los políticos que van a la academia no necesariamente van a “refugiarse”, sino que, por el contrario, es el lugar que mejor remunera su prestigio, porque es donde más valor tiene.
Muchos estudiantes postulan a las universidades porque ahí tendrán la oportunidad de que personas famosas y destacadas les hagan clases. Ellos eligen por el prestigio de la universidad y de sus profesores. La mejor forma que tienen las universidades privadas de competirles a las públicas para atraer más y mejores estudiantes es contratar profesionales y personalidades destacadas. Estos son caros y hay que pagarles. Es un problema interno de cada universidad decidir lo que hace para volver más atractivo su proyecto educativo.
En definitiva, pagar generosamente a figuras políticas es bueno y conveniente para todos. Para la universidad, porque contrata prestigio; para los profesores de planta, porque se benefician de ese mayor prestigio y tendrán más y mejores alumnos; para los alumnos, por similares razones y porque se satisfacen sus preferencias; para el fisco, porque le pagarán más impuestos; para las universidades, porque verán aumentar sus ingresos y su prestigio, y para las figuras políticas porque compensan en algo su sacrificio de ingresos por dedicarse al servicio público. Eso es un círculo virtuoso que no debe escandalizarnos.
Una de las críticas que se hace al capitalismo es que no remunera la virtud y por eso un rapero puede ganar más que un profesor. Yo prefiero sin embargo eso a la alternativa socialista, porque la remuneración la asignan las preferencias de las personas y no un líder iluminado que decide cuánto puede ganar o no una persona. Si creemos en la libertad y en el derecho de propiedad debemos reconocer la libertad y autonomía de las universidades privadas de contratar a quienes quieran y de pagarles a sus talentos, lo que crean mejor conviene a sus intereses. Ellos sabrán lo que hacen, y si no saben, ellos deben arreglarlo conforme a sus procedimientos internos.
Gerardo Varela A.
Exministro de Educación