Próximos a un nuevo aniversario del estallido del 18-O, llama la atención la gran diversidad de lecturas e interpretaciones de aquel hecho que aparecen en los medios, la academia, la esfera política y las redes sociales.
Dicho evento viene a sumarse así a los muchos otros que, en el último medio siglo, alimentan la batalla por los significados de nuestra historia. La revolución en libertad, la reforma agraria, el triunfo de Allende, el carácter democrático o no de la UP, la intervención del gobierno de Nixon para dificultar la gobernabilidad en Chile, el golpe civil-militar de 1973 y el derrocamiento de la democracia, la dictadura pinochetista, la guerra interna de exterminio ideológico y la violación de los derechos humanos, la resistencia frente a la dictadura, el triunfo democrático en Chile de 1989 y la transición, los 20 años de la Concertación, la modernización del país, el piñerismo y la ambigüedad de los cómplices pasivos, el ciclo largo de protestas sociales de 2011 a octubre de 2018, la reorganización de las izquierdas, el nacimiento del Frente Amplio y su alianza con el PC, el triunfo de Boric y la nueva generación. La torre de Babel.
Respecto de cada uno de esos hitos, fenómenos cruciales de nuestra historia reciente, existen contiendas sobre su significado y la manera de integrarlos en un relato común de nuestra trayectoria nacional. Al final, sobre ninguno de ellos hay un entendimiento generalizado, quizá con la única excepción del carácter positivo, estable y productivo de la gobernabilidad concertacionista, aceptada por casi todos. Más bien, forman parte de nuestra memoria colectiva conflictuada y de la polarización ideológico-política de los discursos esgrimidos actualmente por las élites. La confusión de las lenguas. Dice por ahí Octavio Paz: “la realidad más allá del lenguaje no es del todo realidad”.
El 18-O está ya instalado en esa proliferación de relatos contrastantes. No hay manera de separar la revuelta violenta de las protestas masivas; saber si hubo un conato de guerra civil o un intento de poner fin anticipado al gobierno de Piñera; si estuvimos al borde de una revolución populista o de una reacción bonapartista. Ni siquiera el 15-N, cuando formalmente acabó el movimiento del 18-O, es aceptado como un triunfo de madurez institucional por todos los actores políticos. De hecho, el octubrismo se prolongó como un eco hasta el momento del rechazo de la propuesta constitucional, el 4-S de 2022.
Desde ese día el país continúa buscando cómo construir una casa común, un relato compartido, una interpretación convergente de su historia reciente y una imagen de su futuro, sin conseguirlo.
Celebramos pues estas fiestas patrias sin una narrativa de nuestro pasado reciente admitida por todos y sin compartir tampoco una visión sobre el próximo futuro. Estos aniversarios solo confirman lo separados que estamos.