Es difícil —y tal vez injusto y poco preciso— reducir a un par de fases la estructuración de un buen trabajo técnico. Hay muchos elementos a considerar y todos, aunque parecieran no tener la misma trascendencia, son, de hecho, importantes y decisivos. Pero con el objetivo solo de conceptualizar para poder entender y reflexionar en torno a este tema, se podría decir que son tres las grandes estaciones que se deben recorrer para construir una sólida ruta que lleve al éxito a un entrenador en un equipo: estructuración del plantel, imposición de una idea-base y capacidad de encontrar variantes.
El DT que sea capaz de acertar en cada una de estas fases de su trabajo, casi con seguridad, llevará a su escuadra a conseguir objetivos competitivos.
Y Gustavo Álvarez, el entrenador de la U, es uno de ellos.
El adiestrador argentino ya había mostrado el año pasado, cuando llevó a Huachipato a ganar el título, que es un buen y sistemático constructor de equipos.
Es un hecho —y la razón puede estar dada quizás por haber sido un entrenador formador— que Álvarez sigue los pasos de manera ordenada y sistemática para que sus equipos rindan.
En Universidad de Chile, la evidencia de la sistematización aplicada por su DT es clara.
Veamos. Cuando Álvarez llegó a la U, sabía que el piso era tener un sistema defensivo sólido y el hecho de que trajera desde Huachipato a Gabriel Castellón no era antojadizo: el DT necesitaba un arquero más de reflejos que de participación fuera del pórtico (que es la tendencia actual y casi obsesiva, pero que no siempre resulta, por la poca variedad de buenos intérpretes).
No es todo. Álvarez gastó harto tiempo en trabajar el sistema defensivo total. Él exigió la llegada de un zaguero central como mínimo (se le trajo a Franco Calderón) pensando en estructurar una dupla sólida, de marca fuerte (junto a Matías Zaldivia), que eventualmente sumara a un tercer elemento, porque su idea era el despliegue permanente de los laterales. No logró este último objetivo porque no tuvo nunca ese volante que se metiera entre los zagueros (Emmanuel Ojeda no aprobó, Marcelo Díaz ya evolucionó a posiciones más específicas e Israel Poblete, que un día fue probado en esa función, no dio), pero sí encontró una solución: descargar mucho juego por los costados (bajó a los aleros Maximiliano Guerrero y Leandro Fernández), aumentó el tráfico en el medio y, con ello, redujo fuertemente la opción de que los rivales pillaran mano a mano a los dos centrales.
Todo ello fue consolidando un ideario que los jugadores fueron asumiendo como propio, que es la segunda fase del proceso.
Lo que faltaba —y que la U ha ido demostrando mucho en el tramo final de la competencia local— es que tuviera herramientas para variar su juego si la idea-base, la propuesta general, no alcanzaba.
La U hoy no solo varía sus dibujos tácticos. Lo más relevante es que es capaz de utilizar estrategias diversas, incluso opuestas a sus propios principios. Y lo hace con convencimiento, sin cuestionamientos.
Círculo completo en el trabajo técnico.
Ese es mérito del entrenador. De la mano de Álvarez. Del buen trabajo que ha hecho y que hoy ilusiona con razón a la U.