Recientemente, el Presidente Boric afirmó que “mantenemos una posición de autonomía estratégica” (Emol, 3 de septiembre). Es positivo que Chile no se case con ninguna de las superpotencias. La reunión del mandatario con Xi Jinping (16 de octubre de 2023) y con Biden pocos días después (2 de noviembre) son una buena ilustración de esta postura.
La referencia a la “autonomía estratégica” es, sin embargo, poco pertinente y ambigua. Como ha insistido C. Fortin, la idea de autonomía estratégica surge en Europa en el área de seguridad y defensa. La pandemia indujo la extensión del concepto al área económica, para fortalecer la resiliencia y tender a la autosuficiencia.
La autonomía estratégica europea constituye una propuesta esencialmente defensiva que busca amortiguar los shocks externos. El no alineamiento activo, por el contrario, es un enfoque esencialmente proactivo. No promueve ni la neutralidad ni la equidistancia, y rechaza la obligación de alineación automática con las posiciones de una potencia. Propone examinar cada caso en función de los principios, valores e intereses nacionales.
En los grandes temas políticos, como democracia y DD.HH., Chile y América Latina están más cerca de las democracias occidentales, lo que no implica formular críticas cuando ellas se apartan de esos valores. Así, Chile se ha unido a EE.UU. y Europa en el rechazo categórico a la invasión de Ucrania. Pero, por las mismas razones, Chile vota por el fin del bloqueo norteamericano a Cuba y rechaza las sanciones impuestas unilateralmente en contra de Rusia.
Por otra parte, a Chile no le conviene la geopolitización de las relaciones económicas inaugurada por Trump y mantenida por Biden, en tanto conduce a debilitar el multilateralismo y consagrar la ley del más fuerte. En este plano, Chile debe situarse más cerca de las posiciones avanzadas por China.
Las diferencias entre autonomía estratégica y no alineamiento activo no se reducen a una cuestión semántica. Una postura de no alineamiento activo habría evitado la suscripción reciente de una declaración sobre la crisis venezolana con los EE.UU., potencia beligerante que ha impuesto unilateralmente graves sanciones que por doctrina Chile repudia. La cercanía con EE.UU., y la distancia con Brasil, Colombia y, también, México, los tres países más grandes de la región, en el tratamiento de la crisis venezolana no son consistentes con una política que combine adecuadamente intereses con convicciones.
El no alineamiento activo no es un concepto puramente político. Es también relevante en materia económica, en la medida que permite sacar ventaja de la disputa entre las grandes potencias, obligándolas a competir para mejorar la oferta de relacionamiento con nuestros países.
A diferencia del concepto de autonomía estratégica, marcadamente europeo, el no alineamiento activo reconoce sus orígenes en el movimiento de los no alineados fundado por grandes figuras como Nehru, Nasser, Sukarno y Tito. Insiste, en todo caso, en la idea de “activo” para diferenciarlo rotundamente del histórico no alineamiento latinoamericano que terminó alineado con la antigua URSS.
Una gran novedad geopolítica es la emergencia del llamado Sur Global, conjunto heterogéneo de países que tiene el mérito de promover una reforma profunda de un orden internacional que tiene al mundo en “estado de caos”, según las palabras del propio secretario general de Naciones Unidas.
Como lo ha propuesto J. Heine, haría bien Chile en reconocerse expresamente como parte de ese movimiento que se entronca con una valiosa tradición, practicando, como lo hacen países importantes como Brasil, India y Sudáfrica, una política de no alineamiento activo.
Carlos Ominami