Argentina entró ganando 1-0 en Buenos Aires. El Monumental de River Plate impacta y fue un mensaje claro: acá juega el campeón del mundo. En esa gigantesca distancia de infraestructura se marca la primera diferencia con nuestro atribulado fútbol. Fue el preludio de lo que observamos en el duro 3-0, en el que la selección chilena batalló, intentó competir, pero fue superada de principio a fin.
El conjunto de Lionel Scaloni evidenció su jerarquía y el nivel de Chile, hoy en el sótano de la tabla de las eliminatorias a la Copa del Mundo de 2026, pero con la opción de reengancharse en la discusión por el sexto cupo o el séptimo, que manda al repechaje. Ganar a Bolivia tendría que ser un trámite, pero el rostro actual de la “Roja” nos deja con la sensación de duda.
El dato estadístico que entrega un periodista amigo es lapidario: desde el partido con Paraguay (31-8-2017) en el Monumental, rumbo a Rusia 2018, Chile disputó 43 encuentros, ganó 10, empató 11 y perdió 22, con 34 goles a favor y 57 en contra. Números contundentes, que nos dejan en la lona al reparar que hubo 22 cotejos donde terminamos en cero, mientras que en 12 se convirtió un gol. Los triunfos fueron ante Perú (2),Ecuador (2), Bolivia (2), Paraguay (2), Japón y Venezuela.
“Ustedes se convirtieron en una selección come técnicos”, nos dice un amigo futbolero la noche de la derrota con Argentina. En el ciclo descrito se anotan Juan Antonio Pizzi, Reinaldo Rueda, Martín Lasarte, Eduardo Berizzo y Ricardo Gareca, todos entrenadores con pergaminos, que pudieron cometer errores en la conducción, en alguna decisión, pero que la mirada larga nos retrata con crudeza que el problema no son los DT.
Esa estadística tiene el valor de aterrizar las expectativas y otorgar un brochazo de realidad a un medio que pone demasiada atención a las redes sociales, donde la mayoría opina sin saber quién es bueno y quién es malo y muchas veces sin conocer a los protagonistas. Después la tendencia genera una pauta que se sigue como al “Flautista de Hamelín”, sin importar el contexto o las burradas que se enuncian al fragor de la frustración.
A Chile le cuesta una enormidad elaborar un circuito de juego y sostener la pelota. A veces se observan atisbos, sobre todo cuando aparece Diego Valdés, pero no alcanza. Tampoco en el ataque, donde carecemos de goleadores y delanteros fuertes, capaces de armar una maniobra por sí solos. Los atacantes chilenos son correctos actores de reparto, pero ninguno es protagonista, salvo Alexis Sánchez, en el podio de los mejores futbolistas chilenos de la historia.
En los últimos años se hizo recurrente, cada vez que a la selección le iba mal, pegarle al tocopillano. “No la suelta”, “retrocede mucho y se la quita a los volantes”, “no lo llamen más”, leímos y escuchamos con frecuencia. El jueves, ante un rival de fuste, nos lloró un jugador como Sánchez. Uno que la pidiera, que la aguantara, que sacara faltas y ganara un duelo.
Como siempre, el tiempo, gran amigo de la razón, dejó en claro que sin el delantero de Udinese, Chile es un equipo inofensivo, que los rivales no respetan.
Gareca fue claro en la conferencia de prensa, con pragmatismo y convicción. Los tres puntos con Bolivia son clave. Otro resultado nos deja fuera del Mundial.