El Mercurio.com - Blogs : Allende y Boric
Cartas
Jueves 05 de septiembre de 2024
Allende y Boric
Señor Director:
Roberto Pizarro, alto funcionario, ministro y embajador en varios gobiernos de la Concertación, y luego rector universitario, en carta publicada ayer me acusa de propagar “cantos de sirena para halagar a Boric, en desmedro de Allende”. Así juzga una frase contenida en una entrevista que di al diario La Tercera con ocasión de la salida de mi libro “Ajuste de cuentas. Salvador Allende y la renovación de las izquierdas”, donde digo que “si Allende hubiese tenido la independencia que ha mostrado Boric respecto a sus partidos, no habría habido Golpe”.
Me voy a permitir insistir en el argumento, cuya fundamentación mi emplazador podrá apreciar cuando lea el libro. Basta con revisar los testimonios de Joan Garcés, el general Prats y de Carlos Altamirano para recordar cómo proyectos, como el de llamar a un plebiscito —que habría servido para descomprimir una situación que se presentaba crítica—, abortaron o se dilataron por la oposición de los partidos, especialmente aquel donde militaba el señor Pizarro, el PS. De esta fatídica experiencia, ampliamente analizada por la literatura especializada, la izquierda aprendió que un sistema de dirección colegiada como el de la UP, donde los partidos se repartían entre sí las instituciones y las empresas intervenidas, que manejaban como propias, y donde además disponían de capacidad de veto sobre el Presidente de la República, conduce a un vacío de autoridad que desemboca en respuestas autoritarias. Esto explica por qué uno de los primeros actos de los partidos de izquierda al momento de crear la Concertación y nominar como candidato común a Patricio Aylwin, fue declarar su incondicional respeto a la autoridad presidencial y la renuncia al cuoteo.
Afirmar, como hace Pizarro, que el desenlace del gobierno de Allende estaba determinado al momento de asumir por una decisión inquebrantable de los Estados Unidos, ilustra, a mi modesto juicio, una visión de la historia unidimensional que el doctor Allende no habría compartido, pues no deja espacio alguno a la capacidad de agencia de los actores políticos. Como buen médico, él sabía que siempre quedaba algo por hacer, y fue lo que intentó hasta el final. Cerrados todos los caminos, en parte por la inflexibilidad de los partidos de la UP, recurrió a un último movimiento y se inmoló en La Moneda. Fue un acto de consecuencia, coincido con Pizarro, pero también una expresión de su voluntad de dejar su marca sobre lo que vendría. Perdía en el presente, pero ganaba un lugar preeminente en el futuro.
Como lo indica el título, mi libro es un “ajuste de cuentas”. Como Pizarro seguramente no lo ha leído, le comento que este parte con una descripción autocrítica de la mirada que tuve de joven sobre Salvador Allende, para seguir con una descripción de lo que fue la UP como un fenómeno histórico que terminó por desbordar a sus gestores —entre ellos, y en primerísimo lugar, al propio Allende— y de paso a las instituciones, incluyendo las militares. Ahonda también en el efecto racimo que tiene la muerte de Allende: en el frente golpista, de un lado, al que fuerza a plantearse como objetivo una revolución refundacional que diera justificación histórica a la sangre derramada en La Moneda; en la izquierda, del otro, a la que obliga a una renovación radical de su ideario y estrategia, en sus vertientes comunista y socialista. El texto concluye buscando las huellas de Allende —con sus aciertos y errores— en lo que fue después la Concertación y sus liderazgos, para terminar con una coda en que, a modo exploratorio, se hacen algunas analogías entre los tiempos de Allende y los de Boric.
Mi intención, en suma, no ha sido “halagar a Boric en desmedro de Allende”: ambos tienen su propia estatura. Solo me interesa dejar de lado prejuicios y anteojeras para mirar el pasado críticamente, sin mistificaciones ni satanizaciones, buscando en este lecciones que ayuden a comprender el presente y sus desafíos. Nada más alejado de las diatribas emitidas por el exrector Pizarro.
Eugenio Tironi