Mi amigo Ítalo Tai me envía un artículo sobre el último álbum del músico inglés Nick Cave, “Wild God” (“Dios salvaje”), que se titula: “Nick Cave se alza como el último creyente de la belleza en el arte”. Ítalo es de los espíritus refinados que ha persistido en llevar la poesía y la belleza a la danza, en tiempos en que tantos se solazan en la fealdad, el abajismo y el cinismo. Lo que nos está corroyendo por dentro, lo que está devastando nuestra civilización para dejarnos a merced del sinsentido y el hastío. Cuando el talento, el genio artístico, es colocado al servicio de ese nihilismo es porque lo que debiera ser la última reserva del espíritu (el arte y la creación estética) se ha agotado. Es cuando ya nadie defiende y protege a la belleza o al bien.
Nick Cave es un músico de estilo lírico oscuro y reflexivo, que parece ya haber llegado al fondo del abismo y que desde ahí nos dice que hay que apostar por la luz y la Belleza, esa que según el personaje de Dostoyevski, el Príncipe Mishkin, es la única que puede salvar al mundo. Esto dice el título del artículo sobre Cave. Pareciera que Cave está solo en esta cruzada, pero intuyo que es uno de muchos artistas huérfanos que ya hicieron el descenso y no están disponibles para seguir poniendo su arte al servicio de la oscuridad. El arte se ha revolcado ya lo suficiente en esa oscuridad. Cave perdió a dos de sus hijos, uno en el 2015, otro en el 2022. Uno por sobredosis de heroína, algo que ya hemos escuchado demasiado en este último tiempo: ¡Cuántos jóvenes aniquilados por la droga o la depresión en la sociedad de la abundancia y el hastío!
El mismo músico que irrumpió en los 80 con un rock pospunk oscuro y desgarrador, hoy se define como un conservador, lector de la Biblia y de San Juan de la Cruz, el poeta místico del siglo XVI. De hecho, el tema “Long dark nigth” es una suerte de reescritura muy personal de la “Noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz. Cave es un predicador militante de la Belleza y el Bien, pero sus canciones son enigmáticas, son exploraciones en lo menos obvio de lo divino, se alimentan del material del inconsciente y los mitos, y en algo recuerdan a William Blake y sus visiones y profecías. “El hombre que me llevó a ser de otro lado/ cuando yo también habitaba la esfera terrestre/ se inclinó y me golpeó/ con su largo cabello./ Tal vez una larga y oscura noche esté cayendo...”. La canción “Wild God” parte con la imagen de un Dios salvaje en viaje, atrapado en su propia memoria, que se libera y vuela a través de una “ciudad moribunda”. ¿No es este nuestro mundo, hoy, una gran ciudad moribunda? Recuerdo una imagen de la película “Las alas del deseo”, de Wenders, en que Cave aparece en un concierto al lado de un ángel que parece acompañar y contemplar con extrañeza al rockero punk.
Presiento que Cave es la punta de lanza de una batalla profunda que se está librando hoy en Occidente. Es más que la mera batalla cultural de la que tanto se habla hoy: es una batalla de otro calibre, espiritual, en la que está en juego nuestra supervivencia como seres humanos. Mientras los Ellon Musk están deslumbrados con la hechicería de la inteligencia artificial, Cave es de los magos blancos que desenvainan su espada más luminosa desde las profundidades de la sensibilidad humana y de la fe. Un fan de Cave le contó que le había pedido a Chat GPT que escribiera una canción al estilo Cave y se la mostró preguntándole “¿qué piensa de ella, maestro?”. Cave respondió tajante: “La letra es una mierda, se trata de una grotesca burla de lo que es ser humano. Esta canción apesta”. Y agregó: “El Apocalipsis está en camino”.
Cave es un maldito del siglo XXI. Y ser maldito en estos tiempos tal vez será ser bendito. ¿Es Cave la primera señal de una nueva vanguardia —o retaguardia— que viene en el arte, la música, la literatura? Hay que estar atento a eso y escucharlo. ¡Gracias, Ítalo! ¡Sigue danzando en el lado claro de la fuerza! ¡Sumemos fuerza y luz! Con Cave y con los otros que vendrán…