No se puede hablar de Nicolás Maduro sin referirse a China, Irán y Rusia. Ya no es posible analizar ningún tema mundial, sin considerar el nuevo paradigma del sistema internacional.
Durante el siglo XX, el paradigma era un sistema de reglas occidentales, incluso durante la Guerra Fría, en que precisamente se trataba de preservar ese orden basado en el Derecho Internacional y la democracia occidental liberal. Pero hoy ha surgido con enorme fuerza una ola que desafía esos conceptos de libertades democráticas. No es que los líderes autócratas de China, Rusia, Irán o Corea del Norte estén unidos como un bloque; algunos han sido rivales históricos. Pero los motiva la idea instrumental de desestabilizar las democracias occidentales, porque eso les permite expandir sus influencias.
China primero usa su soft power, el comercio; pero luego amenaza con su hard power, un enrome poder militar y de control, con el que respalda a déspotas como el venezolano. Maduro no podría desafiar así a su pueblo y al mundo si no contara con potencias que se nutren de la inestabilidad de un país rico como Venezuela.
A Xi Jinping no le interesan los ocho millones de personas que emigraron, ni la sufrida resistencia de un pueblo que está siendo aplastado. Le motiva clavar otra de sus banderas de influencia en el tablero mundial. A propósito: hasta hoy me asusta pensar que Chile estuvo a un tris de darle el manejo de nuestro Registro Civil —con todos los datos de cada chileno, su historia, sus bienes, sus movimientos— al gobierno chino. Habría sido el peor e irreparable error político en este nuevo escenario mundial. Y es grave que empresas chinas (es decir, el gobierno chino) influyan tanto en algunos rubros estratégicos de Chile.
Se sabe que Rusia aporta a Maduro y que Cuba, con su economía quebrada, se beneficia del petróleo venezolano, a cambio de enviar a Venezuela fuerzas de choque y su experiencia en espionaje y crimen organizado. Se suma a este coctel Irán, vía Hezbollah, como lo han revelado expertos en seguridad regional.
La agresiva actitud de estos regímenes despóticos solo es posible por la debilidad occidental en la defensa de sus valores democráticos. Hay una decadencia cultural implícita cuando se acepta cualquier cosa, por horrorosa que sea, so pretexto de respetar la diversidad. Los derechos de esforzados ciudadanos, en muchos países democráticos, quedan subyugados cuando gobiernos populistas aceptan que se agreda la esencia de la civilización.
Si Maduro no fuera tan burdo, tan primitivo en su fraude, podría prevalecer por décadas, como los propios regímenes que lo respaldan. En Cuba, el PC lleva 65 años en el poder; en China, 75; Putin domina hace más de 20 años, y el ex régimen soviético duró más de siete décadas. Pero ahora está por verse si, incluso esos opresores gobernantes, deciden que la torpeza del venezolano es demasiado grande y lo dejan caer. El resultado de este incordio es esencial para la región.