Las expectativas previas un encuentro entre rivales clásicos —en cualquier parte del mundo— suelen estar infladas por la necesidad mediática de promover el “producto” que se vende a los hinchas.
La promoción de las supuestas fortalezas de uno y otro equipo sumados a la rivalidad popular hacen que incluso quienes deberían tener más frialdad opinativa (o sea, los que se dicen “analistas”) generen una especie de obligatoriedad no a la excelencia deportiva del juego, sino que a la estética y a la emotividad del enfrentamiento.
Y como esos dos elementos son altamente subjetivos, al final es fácil terminar frustrados o, por lo menos, insatistisfechos una vez realizado el enfrentamiento.
Pero, ¿qué hace que un partido clásico sea bueno? ¿Qué haya muchos goles? ¿Que haya un desequilibro extremo entre las defensas y ataques? ¿Que existan aciertos y errores? ¿Que sea de marca fuerte y que “se moje la camiseta”?
No es fácil establecer una definición unívoca.
Un clásico, de verdad, es bueno para el hincha de un color si es que su color gana. Como sea y por cuánto sea. No hay más cuento. Todo lo demás es una sarta de sensaciones que muchas veces ni siquiera tienen argumentos que las sostengan. Y un clásico es malo, si es que no ganó el equipo que me gusta (si soy hincha) o si no se cumplieron las expectativas que, exagerada y falsamente, yo mismo creé (si soy quien analiza desde la “imparcialidad”).
Desde esta última perspectiva, cabe hacer una reflexión tomando como ejemplo el clásico jugado el sábado entre Universidad de Chile y Colo Colo que terminó 0-0: el partido en sí fue bueno desde la perspectiva de los planteamientos técnicos, que es la variable que ineludiblemente debe primar a la hora de analizarlo.
Que al comentarista le guste o no cómo planificaron el encuentro Gustavo Álvarez y Jorge Almirón es un dato irrelevante. Lo que debe importar es si sus escuadras expusieron bien esas ideas y lograron los objetivos forjados.
Veamos. Álvarez quiso quitarle la posesión a Colo Colo e impedir su salida a toques, para obligarlo a los pelotazos largos. Y con una presión alta lo logró en gran parte del partido, desarticulando la mejor herramienta de control que tienen los albos.
También el DT azul, tras la salida de Mauricio Isla en el cuadro rival, quiso llevar la lucha por el sector izquierdo en la última media hora. Marcelo Morales fue la figura de ese lapso y el joven Ignacio Vásquez hizo que Óscar Opazo no saliera de su zona defensiva.
Lo de Almirón también es destacable: puso a Mauricio Isla y a Óscar Opazo con una misión específica: tapar la salida limpia de Morales (Isla) e impedir que Leandro Fernández pudiera hacer diagonales. También retrasó a Carlos Palacios, lo sacó de posiciones de área para que Marcelo Díaz tuviera que salir a buscarlo y también para que pudiera ser la salida enfrentando mano a mano a los volantes azules, o a través de pases largo generar un contraataque que teóricamente podría aprovechar Marcos Bolados con su velocidad.
Interesante ver una y otra propuesta.
Es cierto. No hubo guerra de goles, el árbitro no fue protagonista, no hubo peleas ni figuras estilo Leonel Sánchez o Esteban Paredes.
Pero fue un buen clásico. Valió la pena mirarlo.