Se han comentado abundantemente, y con razón, las encrucijadas que desgarran al campo de las izquierdas, entre ellas la postura hacia Venezuela. En la otra vereda, en “el sector” (como pudorosamente llaman sus adherentes a las derechas), el panorama se ve aún más tenso. El quiebre ante las elecciones que vienen es solo la punta del iceberg.
Observar el panorama internacional quizás ayude a comprender lo que está en juego. Lo que se aprecia, en general, es un vertiginoso crecimiento de la derecha extrema o radical, que se ha metido en el bolsillo a buena parte del bolsón electoral de la derecha histórica. En varios países esta última está amenazada de extinción. Es el caso de Italia y Francia; también de Estados Unidos, donde los republicanos de la línea Reagan-Bush fueron desplazados groseramente por la trumpmanía. Pero la nueva derecha ha ido aún más lejos, penetrando los antiguos territorios de la izquierda, en particular la comunista. Las legendarias zonas obreras, así como los trabajadores manufactureros, la clase media tradicional, incluso los jóvenes, ven en su discurso antiglobalista, autoritario y populista una defensa de sus identidades amenazadas.
En una conversación reciente con David Brooks, del New York Times, el inventor de Trump y MAGA, Steve Bannon, destaca con orgullo: “Hemos convertido a Nigel (se refiere a Farage, el ultraderechista británico que fuera vocero del Brexit y que viene de entrar al Parlamento a costa de los tories) en una estrella de rock, a Giorgia Meloni en una estrella de rock. Marine Le Pen es una estrella de rock. Geert (Wilders, líder de la extrema derecha neerlandesa) es una estrella de rock”. Nadie puede discutir que tiene motivos para vanagloriarse: de su mano, la derecha radical ha conseguido notables éxitos en ambos lados del Atlántico.
Las vías sin embargo difieren. Trump conquistó el Grand Old Party desde dentro, al punto de transformarlo en una más de sus empresas familiares. Meloni y Le Pen siguieron otro camino: tomaron en sus manos pequeñas formaciones fascistoides, las movieron hacia el centro moderando sus posturas en temas sensibles como el aborto y Europa, y tras un paciente trabajo alcanzaron la hegemonía de la derecha. Algo parecido intentaron Abascal y Vox en España, pero con menos pragmatismo y menos éxito, en parte por el muro levantado por Cayetana y Díaz Ayuso, que han conseguido inclinar al PP bastante más a la derecha que sus congéneres europeos. Hasta ahora, sin embargo, el único triunfador de esta trifulca en la derecha española ha sido Pedro Sánchez y el PSOE.
¿Qué ha sucedido en Chile? Kast renunció a la vía lógica: la conquista de la UDI, y del resto de la derecha. Prefirió la vía autonomista, y no se equivocó. Esto pone en serios aprietos a la UDI, horquillada desde fuera por Kast y desde la frontera por Cubillos, quien ha aprovechado sus estancias en Madrid para aprender del estilo de las lideresas del PP. Mientras su equipo dirigente se ve salpicado por escándalos ya rutinarios, el espacio de la UDI se va estrechando. RN, en cambio, no tiene problemas: carente de cualquier espíritu mesiánico, sabe navegar por aguas recelosas y, si es necesario, negociar con la izquierda para preservar su vigencia.
A la derecha histórica le convendría alcanzar un pacto de no competencia con los republicanos, pero estos saben que no es el momento, que aún necesitan diferenciarse. Las palabras de Bannon ilustran muy bien su espíritu: “Cada día es una lucha. No vamos a ganar todo. Algunos días serán nublados. Pero las tierras altas iluminadas por el sol están frente a ti. Solo mantén la cabeza baja y sigue adelante”.
Por ahora al menos, hay dos derechas en pugna, y esto persistirá hasta que una de ellas alcance la hegemonía. De ahí que los emotivos llamados a la unidad de “el sector” seguirán cayendo en el vacío.