El robo se consumó. De una forma burda y grotesca. Sin actas, sin que cuadren los porcentajes, sin guardar ni siquiera las apariencias.
Un señor Amoroso anunció que había una tendencia irreversible, tras largas horas de conocer actas por las redes sociales, en el que el candidato opositor arrasaba en todas partes.
Y a partir de ahí se entró en la fase dos: el delirio.
Tratar de golpistas a todos quienes reclamaron y reprimir de la forma más brutal. Más valía perder lo que quedaba de prestancia, que perder el poder.
Nadie serio ha reconocido que Maduro ganó. Incluso viejos afines al régimen han arriscado la nariz. Ni siquiera compañeros de tantas juergas —como Lula, Petro y AMLO— le han reconocido el resultado.
El Partido Comunista chileno, en cambio, saludó entusiastamente y llamó a la no injerencia. Rodríguez Zapatero no ha sido habido. Mientras, el eterno candidato MEO, coordinador ejecutivo del veedor Grupo de Puebla, ha tuiteado intensamente en estos días… sobre los cortes de luz y los juegos olímpicos.
El único veedor medianamente serio, el centro Carter, no dejó lugar a dudas: El chavismo se robó la elección. Así. Sin más.
Pero todo parece indicar que hay Maduro para rato. Es más: probablemente esta fue la última elección competitiva de Venezuela por un buen tiempo. La próxima será al estilo cubano o ruso. Mientras tanto, Venezuela pasará a ser la Corea del Norte de Sudamérica, ya sin siquiera aspirar a relacionarse con la región.
Los gritos enfervorizados del dictador dan cuenta de que el realismo mágico se palpa más en la realidad que en la literatura. Sin siquiera una pretensión intelectual, como al menos tenía Fidel, simplemente dice lo que se le ocurre. Tilda de fascistas al resto del país. Y detrás de las armas, tilda de cobarde al anciano candidato que lo duplicó en votos
Es impresionante pensar que el 68% de los votos que sacó Edmundo González sería más de 80% si los expatriados pudieran votar. Es decir, con apenas el 20%, pero con más de 2.000 leales generales (Chile tiene 42), se resguarda la “revolución bolivariana”.
Maduro entró al delirio: El jueves suspendió Twitter. Antes las había emprendido contra WhatsApp. Mañana prohibirá la imprenta o tal vez derogará la ley de gravedad.
Dictador, ladrón, inescrupuloso, pero —por sobre todo— un profundo imbécil, Maduro ha puesto a la izquierda latinoamericana en una incómoda posición y la forzará a perder elecciones (el próximo caso probablemente será Uruguay, donde pese a llevar ventaja el candidato del Frente Amplio, el Uruguayzuela terminará decidiendo la elección hacia el otro lado).
Pero, al mismo tiempo, tal como lo estamos viendo en Chile, Venezuela genera una división profunda en la izquierda entre quienes creen en la democracia y aquellos que, declarándose marxistas, nunca han creído en ella.
Es cierto que gran parte de la derecha solventó al Maduro chileno llamado Pinochet, y es cierto que una parte lo sigue reivindicando, lo que no solo es impresentable sino que le quita autoridad moral en la crítica. Pero Pinochet está muerto y enterrado hace 20 años. Lo de Cuba y Venezuela está pasando hoy. Y seguirá pasando mañana.
Queda la pregunta de ¿cuándo empezamos a hablar de Cuba? Una línea roja que pocos en la izquierda (empezando por el propio Presidente Boric) se atreven a cruzar, pero cuyo régimen es aún peor que el venezolano y lleva más tiempo destruyendo al país.
Hay una mínima esperanza de que colapse el régimen venezolano. Los más interesados debiesen ser los propios miembros de la izquierda. Porque mientras ello no ocurra, Venezuela será la expresión viviente del fracaso de ese sector y de lo que el escritor Carlos Granés llama “el delirio americano”.