La mayoría de los venezolanos votó el 28 de julio por el fin de la dictadura de Nicolás Maduro y el inicio de una transición pacífica a la democracia. Las actas de votación dadas a conocer por las fuerzas opositoras certificaron ante el mundo entero que Edmundo González Urrutia ganó en los 24 estados, entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, población urbana y rural. Ese es el dato fundamental que generó un cuadro político no visto antes: Maduro fue derrotado dentro de sus propias reglas, y eso lo saben los propios militares que estuvieron en los centros de votación.
Ante la evidencia de la derrota, el régimen inventó un resultado falso que no creen ni sus aliados más fieles, como Rodríguez Zapatero. No solo perdió la batalla por la legitimidad, sino que dejó en evidencia que carece de escrúpulos. Nunca había estado como ahora en posición de mayor debilidad, aunque eso mismo ha potenciado su inclinación criminal. Lo prueban los numerosos muertos y detenidos, los asaltos a locales opositores, la expulsión de las misiones diplomáticas de siete países de la región, entre ellos Chile; etcétera. Hoy es más claro para mucha gente que Maduro es el cabecilla de un régimen profundamente corrupto, que solo se sostiene en el poder de las armas.
En 25 años de chavismo, Venezuela recorrió el camino completo que antes había transitado Cuba: degradación institucional, ruina económica, pobreza extrema, construcción de un Estado policial, corrupción en gran escala y éxodo de millones de personas. Nada fue casual. Detrás de Chávez siempre estuvo Fidel Castro, el monarca comunista. Y no ha habido otro caudillo en la historia moderna de América Latina que, como él, haya dañado directamente a tantas naciones. La desgracia añadida en Venezuela fue que Chávez, encandilado por Castro, entregó su país a la política neocolonial cubana.
Si la dictadura está hoy contra la pared es porque un vigoroso movimiento democrático fue capaz de conseguirlo. Por lo tanto, quienes se apresuran a decir que no hay forma de remover a Maduro porque cuenta con los militares, pierden de vista el factor humano, la inmensa fuerza social, política y moral que ha estremecido a la sociedad venezolana, y que también tiene eco en los militares. El admirable liderazgo de María Corina Machado es expresión de ello. Se ha confirmado que el amor a la libertad necesita ir de la mano del coraje.
Por demasiado tiempo, ha predominado en la centroizquierda chilena una actitud indulgente ante los crímenes del chavismo y el castrismo. La razón ha sido que, más allá de algunas diferencias, han considerado a Chávez, Castro, Ortega, Maduro, Evo Morales y otros como representantes de la buena causa, la entelequia del socialismo o algo parecido. Ha sido una enorme equivocación. Historia aparte es, por supuesto, la de los aliados incondicionales de esas tiranías, el más notorio de los cuales es el PC. ¿Se podría decir que hay “razones ideológicas” que lo explican? Lo sabríamos, si existieran. Se trata más bien de intereses mercantiles. Castro repartía armas y Chávez, dinero. En algún momento, lo sabremos todo acerca del pacto de octubre de 2019.
Pese a los obstáculos, el pueblo venezolano se abrirá paso a la libertad. De eso no hay duda. Por lo tanto, es mejor no aceptar el criterio de que las crisis se resuelven en las élites, y que incluso reconocer el triunfo de González resulta inadecuado. Se dice que Lula estaría convenciendo a Joe Biden de una propuesta que consistiría en esperar hasta el 10 de enero, cuando concluya el período presidencial de Maduro. O sea, algo así como la exaltación de las virtudes de la paciencia, una fórmula que les dé tiempo a los delincuentes para que arreglen sus cosas, ordenen sus platas y negocien una amnistía. Es como si no contaran quienes arriesgan la vida en las calles para hacer respetar el veredicto popular. Y sucede que, para ganar la paz, hay que poner fin a la dictadura.
La crisis venezolana nos tiene que importar vitalmente a los chilenos, y no solo por la posibilidad de que se produzca una nueva ola migratoria. En ese país se juegan hoy todos los valores que necesitamos que echen raíces firmes en la región, esto es, la cultura de la libertad, la protección de los derechos humanos, el rechazo de la violencia política, la construcción de un orden legal que resista las tendencias malsanas. Si adherimos a los principios de la democracia representativa y rechazamos el totalitarismo, cualquiera que sea su ropaje, tenemos que alentar decididamente a los luchadores por la libertad en Venezuela.
Sergio Muñoz Riveros