Señor Director:

En medio de la polémica en torno a la boxeadora Imane Khelif en los Juegos Olímpicos, ha tenido poca difusión la declaración de su contrincante italiana, quien señaló: “lo lamento por mi oponente”, “quiero pedirle perdón”, y “si la pudiera ver de nuevo, la abrazaría”. A pesar de esto, en redes continuó la desinformación e insultos contra la argelina.

Como ya se ha aclarado, Imane Khelif no es trans, ni hay evidencia de que tenga cromosomas XY. Es una mujer de Argelia, país sin ley de identidad de género y donde se persigue con penas de cárcel a la población LGBTIQ+.

Como en este caso, muchas veces el odio contra las personas trans afecta a mujeres que, sin serlo, terminan siendo víctimas de transfobia por no tener un físico, personalidad o expresión que se adecue a las expectativas arbitrarias de feminidad. Por ejemplo, hay múltiples historias de mujeres acosadas en los baños de Estados Unidos por la sospecha de que podrían ser trans.

Como ocurrió con la deportista Caster Semenya, puede ser razonable debatir en cada disciplina respecto de ventajas competitivas como los niveles de testosterona. Pero esa no es la discusión en curso, tampoco lo es la biología. El escándalo y el pánico moral no buscan establecer criterios de elegibilidad en los deportes, sino borrar los avances conseguidos por décadas de lucha feminista y restablecer que serían nuestros cromosomas y genitales los que deben determinar el lugar que ocupamos en la sociedad.

Para evitar retrocesos, lo mejor es informarnos bien y dudar cuando alguien afirma que la vida en sociedad debe ordenarse según la segregación del deporte olímpico.

Alessia Injoque
Directora de Fundación Iguales