Pese a que el propio Presidente Emmanuel Macron realizó gestiones directas, Kylian Mbappé no participará en la selección francesa que disputará los Juegos Olímpicos de París que se inician esta semana.
Mbappé, quien recién se integró a Real Madrid, era visto por los franceses como el gran refuerzo mayor de 23 años del equipo de Thierry Henry. Pero no se pudo convencer a los “merengues” ni al propio jugador.
Tampoco estará en la justa futbolística de los cinco anillos el argentino Ángel di María, quien “sonó” por varios meses como eventual refuerzo a la selección albiceleste que dirige Javier Mascherano, en la idea de que el “Fideo” culminara su notable carrera ganando otra medalla de oro olímpica (obtuvo una en Beijing 2008).
Sí estarán en París 2024 futbolistas de alta talla como Julián Álvarez (Argentina), Alex Baena (España), Michael Olise (Francia) y Achraf Hakimi (Marruecos). Pero, en rigor, la justa de estos Juegos no tendrá la pompa y el boato de otros torneos de fútbol.
No es raro. Históricamente, la sociedad entre los Olímpicos y el balompié se ha construido más por apariencias que por convicciones.
El fútbol, como deporte reconocido con categoría olímpica, tuvo su debut en los Juegos de Londres 1908 y fue consolidándose en los siguientes certámenes no sin dificultades, porque la recién creada FIFA empezó a tratar de ampliar la base de competidores, los que fueron restando preeminencia competitiva a los países europeos. Esto llegó a su punto crítico tras las medallas de oro conseguidas por la selección uruguaya en 1924 (París) y 1928 (Ámsterdam).
Justamente, en 1928, en el congreso olímpico, se decidió que en los siguientes Juegos (Los Angeles, 1932) el fútbol no participaría, aduciendo el poco interés de los norteamericanos por este deporte, aunque era obvio que el Comité Olímpico Internacional estaba harto de la intervención de la FIFA.
Como sea, eso derivó en la instauración de los mundiales de fútbol a partir de 1930, y si bien el balompié volvió para quedarse a partir de Berlín 1936, la relación con el olimpismo nunca se fortaleció.
Constantemente, hubo cortapisas para que el fútbol asumiera un rol protagónico en los Juegos. El COI y la FIFA tienen una relación de mutua desconfianza que es evidente, pero que se niegan a reconocer públicamente.
De 1932 a 1948 el torneo de balompié olímpico impidió a las selecciones jugar con profesionales. De 1984 a 1988, en tanto, se les levantó el veto a los profesionales, aunque ellos debían ser “juveniles”. Y en 1992, ante la constatación de que todo deportista que asistía a los Juegos era profesional, se le puso al fútbol una cortapisa más: las selecciones deben estar integradas por jugadores sub 23 y solo con tres excepciones mayores (algo que, por ejemplo, en el básquetbol no se precisa y que ha hecho que los Juegos sean demostraciones maravillosas de equipos de la NBA).
Por ello es que el fútbol no es el espacio de los Juegos. Es un invitado a la cita, es una tradición, y si sigue asistiendo es porque no hacerlo sería una falta de educación, o sea, un golpe al espíritu de la deportividad. Y que es lo único que va quedando.