¿Cómo viene la cosa? Junto con la clásica pregunta sobre el dólar, los economistas somos a menudo interrogados acerca del futuro económico. Las respuestas son (y deben ser) siempre con evasivas; como la bola de cristal no existe, no cabe otra que contestar asumiendo diferentes escenarios y con largos depende. Pero la demanda por certezas de las personas y las empresas es casi infinita, por lo que es inevitable tener que desarrollar algún mecanismo para satisfacerla, aunque la probabilidad de error sea alta.
En el último tiempo, la inquietud se ha vuelto más recurrente, pero con un tono diferente al tradicional. Ya no se trata de “querer saber” el valor del dólar a fin año —como si eso fuese posible— o de inquirir sobre la tasa de crecimiento para el próximo año, sino de tener una perspectiva más clara sobre el devenir del país. No son números duros los que se apetecen, sino una visión cualitativa que permita mirar a través de la neblina. Como si el lodo impidiera avanzar. Las encuestas muestran que, casi de manera automática, el pesimismo se apoderó del país en octubre de 2019 y, desde entonces, cerca de dos tercios de los chilenos piensan que el país va por mal camino. Sumado a la incertidumbre global —que, aunque no necesariamente mayor que otrora, sí resuena con más fuerza en las pantallas—, no es de extrañar que cunda una cierta desesperanza.
Recurrir a los jóvenes es una buena manera de indagar sobre este asunto. ¿Dónde se ven de aquí a cinco años? Las respuestas son siempre diversas, pero vivir afuera de Chile se hace cada vez más apetecido. Aunque esto pueda ser interpretado como una señal de una refrescante apertura al mundo, más bien pareciera reflejar que la falta de esperanza sobre el futuro del país también invade a una generación que está llamada a liderarlo. Si las oportunidades en Chile de desarrollo profesional se ven más limitadas, es inevitable que muchos busquen afuera. Silenciosamente, el pesimismo que muchos adultos manifiestan está haciendo su mella en la juventud.
De ser así, la principal tarea para los líderes en el país es insuflar de optimismo. No uno vacío y falso, sino uno construido a partir de genuinas oportunidades. Las reformas duras —sobre las que las páginas de los periódicos discuten todos los días— son muy necesarias y son el condimento necesario para que vuelva el optimismo, pero ello no es suficiente. Para derrotar la mala onda, la amargura y el pesimismo que se han apoderado de la vida pública en los últimos años, es perentorio un mensaje de esperanza y un liderazgo positivo. Es la falta de liderazgos convocantes lo que genera esa sensación de orfandad que dificulta la convivencia, estanca la inversión y hace a los jóvenes mirar para afuera.