Como en el fútbol: lo que me gusta de la política son las sorpresas; esos actos imprevistos —a veces geniales— que dan vuelta el tablero dejando a todo el mundo boquiabierto. Hay regímenes políticos que tienen ese factor incorporado, como los parlamentarios. En España, por ejemplo, Sánchez llamó recientemente a elecciones aun sabiendo que no tenía mayoría. En Francia, donde se autoriza al Presidente de la República a disolver la Asamblea Nacional casi a su amaño, lo acaba de hacer Macron en aras de “clarificar” la situación política tras el triunfo de la extrema derecha en las elecciones europeas. Apostadores natos, ambos tuvieron éxito.
Sánchez forjó una alianza con los catalanistas y otros grupos nacionalistas que parecía imposible, y ahora se lo ve cada vez más a sus anchas en la Moncloa. Lo llamativo de Francia es su espectacularidad y rapidez. Treinta días después de la disolución se realizó la primera vuelta, y en siete, la segunda. En pocas semanas se rediseñó el paisaje político. El macronismo no se llevó la victoria, pero quedar segundo y desplazar al lepenismo a la tercera plaza es un éxito incuestionable.
Ya no será Júpiter, como llegó a soñar, pero Macron podrá seguir gobernando, aunque “cohabitando” con un primer ministro que responderá a una nueva mayoría que habrá de construirse en los días que vienen. Tiene tiempo. Esperará, seguro, que pasen los Juegos Olímpicos y las imperdibles vacaciones para sortear la canicule.
Lo del Nuevo Frente Popular (NFP), la coalición de izquierdas que se creó a pocas horas de la convocatoria a elecciones, es simplemente espectacular. En ella convergieron fuerzas muy heterogéneas. En un extremo están los “insumisos” de Mélenchon, un líder tan carismático como conflictivo por sus posiciones germanofóbicas, antieuropeas, chavistas y no pocas veces antisemitas. En el otro está el tradicional Partido Socialista, sumido desde hace años en lo que parecía una irreversible decadencia, y que esta vez duplicó su representación parlamentaria, aunque situándose aun por detrás de las huestes más radicales.
Los comunistas son marginales y continúan bajando. En el centro del NFP están Los Verdes, que también subieron su representación. Su lideresa, Marine Tondelier, titulada de la prestigiosa Sciences-Po, fue figura clave en la gestación de la nueva alianza, que en pocas horas definió su contorno, sus candidatos y su programa. Fue también vital en las frenéticas negociaciones con el oficialismo para “bajar” candidatos y derrotar a la ultraderecha. Por si fuera poco, personalmente triunfó en el feudo electoral de Marine Le Pen. No es raro entonces que se la mencione como potencial primera ministra.
Agrupación Nacional amplió significativamente su representación, pero quedó lejos de una mayoría que muchos daban por segura. Se descubrió que muchos de sus candidatos, más que currículum vitae, tenían un prontuario de adhesiones y declaraciones racistas, misóginas y ultraconservadoras desalineadas con la nueva imagen de moderación que han buscado proyectar Le Pen y Bardella.
Y finalmente, funcionó el “cordón sanitario” que levantaron la izquierda, el centro y parte de la derecha para bloquearles una victoria que parecía inminente. Aquí estuvo el genio de Macron: empleando la capacidad de maniobra que le ofrece la Constitución, en pocos días transformó lo que era un referéndum sobre su figura y su gestión en un referéndum por la defensa de la república ante la ofensiva de la ultraderecha.
Con su aún viva herencia monárquica, ¿podrá Francia, en semanas, adoptar una cultura coalicional para configurar una mayoría que la haga gobernable? Aquí nada es trivial. Bastó que una pequeña banda se tomara la Bastilla para desencadenar el ícono de las revoluciones de todos los tiempos. Esta vez la audacia de Macron bien podría inaugurar un panorama político enteramente nuevo. La magia de la política.
Eugenio Tironi