Inolvidable en el reír y el pensar la película de Stanley Kramer de 1963. Si reemplazamos “el mundo” por Estados Unidos, nos puede hacer llorar o reír con humor macabro ante el panorama político actual. Un personaje célebre como showman, o quizás como potencia en cuanto inversionista, se transformó en caudillo político con aprestos de matón de barrio, contrapartida del chavismo en la democracia de origen anglosajón; es parte del panorama actual del globo. Apenas simula su decoro con alusiones repetitivas y consignitas acerca de valores que evocan escasa credibilidad en una trayectoria como la suya. ¿Cómo es posible que esto suceda en un país con la solidez y papel que ha jugado en los dos últimos siglos? Para decirlo en dos palabras, a un puritanismo violento de lo políticamente correcto, le salió una respuesta ruda de completo primitivismo en el peor sentido de la palabra. Ambos extremos se potenciaron. Extremando la cultura de la sociedad de masas, Trump apela a las más toscas reacciones, America first, en principio una reproducción de actitudes neutralistas en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. No se trata de una emoción superficial, sino de una reacción que arraiga profundamente en la historia norteamericana.
Hablamos de una versión simplificada de la joven república del XIX, que sería a sus propios ojos diferente y moralmente superior a las potencias europeas, con las que EE.UU. no ingresaría jamás en alianzas. Una visión de este tipo descansaba en que, hasta bien entrado el siglo XX, nunca tuvo una amenaza externa significativa a lo largo de su historia, y recibía el nombre de “aislacionismo”. Las cosas cambiaron en el siglo XX. Su propia seguridad llegó a ser inseparable de encabezar una alianza en donde intereses globales demandaban una transacción y hasta sacrificios para mantener un equilibrio global, lo que exigía su propia seguridad. A esto se le llama el “internacionalismo”. Muchos agregarían que más bien es “intervencionismo”. Se olvida que los aislacionistas han sido muy ardientes partidarios de intervenir cuando lo demandan los intereses inmediatos de su país.
Al final siempre tropezamos con la misma piedra, ¿cómo se identifica un interés nacional? Es asunto de interpretación, un terreno delicado y conjetural. ¿Estaba en el interés de Estados Unidos la invasión de Irak el 2003? Dudoso. Se justificaba bajo un manto internacionalista y sus resultados han sido desastrosos. Con todo, como vivimos en este mundo todavía, tenemos que asumir que, se llame hegemonía o liderato según el caso o las preferencias, la vida internacional exige lideratos si se quiere establecer un orden medianamente aceptable. Por más críticas legítimas que se le efectúen, esas referencias están personificadas en las democracias desarrolladas de nuestro tiempo, con EE.UU. a la cabeza.
A la vez, a pesar del papel descollante de Trump en imponer ordinariez y odiosidad como principios rectores, tanto el ambiente de confrontación como este neo-aislacionismo no surgen de la nada. Este último, como todo en la existencia histórica, emerge de capas profundas de la historia. Incluso, en momentos de auge del internacionalismo, en la segunda posguerra, destacados aislacionistas como Joe Kennedy (el padre de John) y el hoy olvidado y nada de extremista senador Robert Taft encabezaron esta tendencia. No se crea que un curso como ese le dará más peso al “sur”; al contrario, este puede actuar con más resonancia en un sistema ya ordenado. Para nuestro Chile, el reino de un sistema de primacía desenfadada del más fuerte en poder duro no serían buenas noticias. Perderíamos.