Escucho una gotera que logró entrar maliciosamente en mi pieza, acá en el sur. Me acuerdo de una gotera de la película “La recta provincia”, de Raúl Ruiz. Ruiz la convirtió —si mal no recuerdo— en un personaje con vida propia. La gotera se movía por todos lados y había que trasladar los recipientes entre las distintas alas de la fría casa del Chile profundo. No hay nada más emblemáticamente chileno que una gotera. Revela algo de nuestra precariedad esencial, y de nuestra forma improvisada de vivir. A veces combatir las goteras puede volverse una batalla imposible, depende de los techos. Muchas veces es difícil encontrar por dónde entró la sibilina, inesperada gotera. A veces desaparece, nos calmamos... pero horas más tarde —cuando ya estamos dormidos— se hace sentir en la peor de las horas: las tres de la mañana, cuando todos nuestros fantasmas y miedos nos visitan. No hay peor tortura que una gota que nos desvela. Es una tortura china.
Anoche una gotera tenaz vino a visitarme y logró horadar poco a poco mi psiquismo hasta volverme vulnerable, hipocondríaco y melancólico. Es delicioso escuchar la lluvia golpear los techos de zinc, eso es música, pero las goteras dentro de la casa pueden volverse (¡ellas, tan mínimas!) una pesadilla. Recuerdo, de pronto, a Evaristo Carriego, poeta argentino: “Hoy es un día horrible/ Ya es valiente quien se atreve a salir de su agujero/ ¡Qué modo de llover!/ Furiosamente en el techo de zinc/ el aguacero tamborilea sin cesar/ Lo grave es que llueve aquí peor que afuera(...)/ Quien sabe cómo diablos se ha abierto esta gotera/ ¡Esta gotera!/ Por el cielo raso/ se filtra el agua: baja a las paredes/ se divide en las grietas”. Según Borges, Carriego fue el primer observador de los barrios pobres, el “inventor de los suburbios”. A mí se me vino en esta larga noche aciaga como una forma de responder la invasión de la gotera. Qué bien lo dice este poeta que debe haberse despertado igual que yo —pero en una noche en algún barrio de Buenos Aires— eso de que la gotera “baja a las paredes y se divide en las grietas”. Qué bueno que existan los poetas y vengan a auxiliarnos en momentos difíciles. Es probable que el maestro que viene a reparar nuestro techo no llegue mañana (suelen fallar) y que tenga otra noche de vigilia y desvelo. ¿Y si no descubre el origen de la gota? ¿Quedaremos a merced de ella? Melancolía y gotera: ¡qué fatal combinación!
Me puse a pensar en el país. Sí, se ve que mi país me desvela. En cómo nos hemos llenado de goteras por todas partes. Chile gotea, a veces parece hacer agua, luego nos salvamos: el alambrito, la improvisación, tapamos provisoriamente la grieta, pero lo hacemos mal, a la rápida, y la gotera inevitablemente va a volver para mostrarnos lo precarios que somos. Da rabia darse cuenta de eso. Sobrevivimos a terremotos, diluvios, incendios, pero nos están liquidando las goteras. No se trata de una catástrofe, no, se trata de que estamos llenos de goteras porque descuidamos nuestra propia casa. Eso se me ocurre pensar en el desvelo de una noche de tamborileo constante a los pies de mi cama sobre una vieja bacinica de losa que teníamos olvidada en la pieza de los trastos viejos. ¡Inesperada utilidad de la bacinica que creíamos desaparecida para siempre! De pronto mi melancolía toma otra deriva (¿serán las cuatro de la mañana?): ¿Y si esta gotera fuera tal vez una oportunidad para aceptar que somos imperfectos, que debemos aceptarnos, querernos en nuestra precariedad? ¿Elogio, entonces, de la gotera? Consuelo de no estar solo, saber que muchos aquí en el sur están escuchando lo mismo, que estamos en una comunión silenciosa y secreta en la precariedad de ser de la provincia olvidada y ninguneada... Entonces, mientras estoy pensando eso, me doy cuenta de que ya está amaneciendo. Y ya no escucho la gotera. Las bandurrias y los queltehues invaden el jardín. Entiendo por fin su griterío, su desazón en la intemperie de estar vivos.