Es dudoso que haya una postura seria negando la importancia de las humanidades y, enhorabuena, pareciera haber acuerdo sobre su valor. Aun así, el debate parece a ratos una competencia de sensibilidad ante al valor de las humanidades, pero con poco espacio para la pregunta concreta de política: ¿qué lugar han de tener en nuestro sistema educativo?
A nivel escolar, según Pisa, solo el 2,5% de nuestros estudiantes puede leer a un nivel que permite las habilidades críticas, aquellas que son muy difíciles, si no imposibles de adquirir sin humanidades. Ello se compara con un promedio de 7,2% en la OCDE y de más de 13% en los países de mejores resultados. Tal vez ello tenga que ver con que nuestro currículo destina menos tiempo a estas habilidades: mientras el estudiante primario en Europa usa el 26% de su tiempo en lectura, escritura y literatura (y el francés 38%), nuestro currículo destina solo 20% a estas áreas fundamentales (OECD, 2023). Es cierto que nosotros tenemos más horas flexibles, pero muchas veces divididas en un exceso de materias, impidiendo profundizar en ninguna de ellas.
Como sea, nuestros estudiantes llegan a la educación superior con un déficit de humanidades y, por ende, de sus habilidades derivadas: pensamiento crítico, comprensión de la cultura, perspectiva histórica, razonamiento ético y tantas otras. ¿Qué pasa en la educación superior? Nuestro modelo es profesionalizante y especializado: solo en el sistema universitario los jóvenes el año pasado debieron elegir entre más de mil carreras de pregrado con nombres distintos, carreras cuyas mallas entran desde el inicio en materias específicas. Hay mallas más y menos abiertas hacia otras áreas, pero en general un estudiante que no está en una carrera de humanidades (más del 99%, según el SIES) puede graduarse sin haber tomado más que dos o tres cursos humanistas, en programas que, en teoría, duran al menos cinco años. En una universidad como Harvard, en cambio, se exige un curso de ética, uno de historia, uno de estética, uno de artes o humanidades, más uno o dos de escritura, sin contar las concentraciones y electivos; y esto en solo cuatro años.
¿Importa esta falta de humanidades para la fuerza de trabajo? El estudio de la OCDE sobre habilidades de los adultos (PIAAC) muestra resultados penosos: solo dos de los 34 países en la muestra lo hacen peor que nosotros en lectoescritura. Los adultos más aventajados (percentil 95) están apenas por encima del adulto promedio en Japón o del percentil 75 en la OCDE, lo cual habla mal, incluso, de nuestras universidades de élite. El estudio revela tristes consecuencias de esto en nuestra productividad.
Pero las secuelas de la pobreza de nuestras humanidades son, creo, más serias. Las humanidades nos acercan a la fundamental contradicción humana: que cada persona es esencialmente única (decía Borges que “acaso cada hormiga que pisamos/ es única ante Dios, que la precisa/ para la ejecución de las puntuales/ leyes que rigen su curioso mundo”), pero que, aun así, somos capaces de imaginarnos la vida de los otros y, quizás, entonces, hasta podamos construir una vida común.