El comunismo ha vuelto a marcar la agenda. Y a tensionar el Gobierno…
Por una parte, la reconocida activista por los derechos humanos de Cuba, Rosa María Payá, interpeló al Presidente Gabriel Boric (para que “alce la voz” por la situación de la isla), señalando que su compromiso con los derechos humanos “no será real hasta que no esté dispuesto a reconocer la verdad y condenar la dictadura cubana”.
Por otra parte, la salida de Juan Andrés Lagos del Ministerio del Interior ha generado una pequeña crisis. Lagos es un histórico dirigente del PC e integrante del comité central de la colectividad, cuyo pensamiento se puede resumir en las declaraciones hechas en enero de este año en Cuba (sí, en Cuba): “yo no le doy tregua a quienes dicen que en Chile existe pluralismo, perdónenme, en Chile existe hegemonía, que es distinto”.
Pero más allá de las declaraciones de una influencer o de un funcionario a honorarios del Gobierno, la pregunta que es ineludible hacerse es qué rol juega el Partido Comunista en la actualidad. Ello, inevitablemente lleva a otra pregunta más compleja: sobre si las fuerzas democráticas de izquierda pueden seguir siendo aliadas de quienes reivindican tiranías como la cubana.
La única aproximación de Boric al tema fue la frase expresada hace un mes, respecto de que “es necesario, de una vez por todas, levantar el bloqueo unilateral, además de avanzar hacia la democratización dentro del mismo país”. Una declaración completamente insuficiente para un país en el que no existen las más mínimas libertades.
Paradójicamente, el Partido Comunista en el mundo ha sido prácticamente excluido de alianzas con partidos democratacristianos, liberales o socialdemócratas. Más aún, hay que recordar que en 2019 (con 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones), la Unión Europea situó oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo, tras aprobar una resolución en la que se condenó que “ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
El exfuncionario Lagos no se ha enterado. Hace poco tiempo escribió: “A pesar de fracasos, de intentos dogmáticos, de la termocéfala agresión capitalista y oligárquica a su pensamiento y acción: Lenin sigue vivo y jovial”.
Precisamente por lo anterior es que el Partido Comunista en el mundo gobierna en países donde no existe democracia, donde las libertades públicas son atropelladas y donde el desarrollo económico está asfixiado. En Chile no se vislumbra en su ideario algo distinto de lo que ocurre en el mundo. Y pese a que el Partido Comunista reivindica su adhesión a la democracia, su ideario no es posible separarlo del de su casa matriz.
Una de las mayores claves está en Marx. Nadie puede desconocer su influencia. Mal que mal, el siglo XX se dividió entre marxistas y antimarxistas. Tampoco se puede desconocer la relevancia de su denuncia respecto de las condiciones de los trabajadores en medio de la Revolución industrial. Pero como “economista”, sus errores fueron profundos y las consecuencias de aquellas doctrinas, un drama.
Ciento ochenta años de historia permiten emitir un juicio sobre el comunismo, donde la democracia, la libertad y la economía se han visto indefectiblemente secuestradas. Basta recordar el trabajo del historiador francés Stéphane Courtois situando el trágico cómputo sobre las muertes que ha implicado el comunismo en la historia: cien millones de muertos.
Es evidente que nada debiera impedirles participar del juego político, pero una alianza con ese grupo es contradictoria con quien defiende valores democráticos. Y, de cara al futuro, la izquierda democrática —entre la que está el propio Presidente Boric— lo debiera tener claro.