¿Es siempre el rechazo a las humanidades una negación ideológica?
Depende de qué se entienda por ideología.
Recuerdo haber sido cautivado por la definición de ideología que nos explicó, con especial profundidad, Joaquín Fermandois a quienes cursábamos Historia Contemporánea II, allá por el año 1976.
Nos decía Joaquín —espero no haber entendido mal— que la ideología es una “fe social, secular, para-racional, que postula la construcción de una sociedad utópica”. Una aproximación a lo real, por lo tanto, completamente incompatible con las humanidades, con la filosofía, con la historia, con la literatura.
La reflexión de las humanidades sobre la fe es siempre respetuosa: los filósofos piensan a fondo no solo sobre Dios, sino también sobre el fenómeno religioso; la historia, por su parte, escudriña la constante tendencia humana a creer y dar culto a Dios; la literatura, a su vez, se hace cargo —por la vía de la ficción— de personajes y situaciones en que se entrelazan lo divino y lo humano. Las relaciones entre las humanidades y la fe son, por lo tanto, complementarias y de mutuo reforzamiento.
Las ideologías no toleran esa articulación, sino que se postulan como una sustitución. Pretenden reemplazar las certezas de la fe religiosa y, por lo tanto, rechazan toda relación de las humanidades con un objeto al que consideran “opio del pueblo” o “imposición oscurantista”.
La fe ideológica es, además, social, busca ser expresión de las masas anónimas o de los individuos completamente autónomos, según desde qué lado se exprese. Pero las humanidades trabajan justo en la dimensión contraria. Muestran a la persona humana desde su naturaleza relacional: cada uno con todos los demás, en la teoría, en el devenir histórico y en la trama de una novela. Filiación, familia, asociación, universo…
En tercer lugar, Fermandois hacía el énfasis en el carácter secular, intramundano, con que se postula la falsa fe ideológica. Pero las humanidades rompen esos límites, siempre se están preguntando “¿y qué más?”, nunca se conforman con lo ya dado, rechazan lo que pretenda cerrar la capacidad de preguntar, de ir más allá, justamente porque las humanidades y la trascendencia son hermanas del mismo vientre.
Después aprendimos que la fe ideológica se caracteriza por tener elementos que parecen racionales, pero que justamente, por su pretensión de cerrar el tema, dejan a la razón entrampada en teoremas de corto vuelo. ¿Habrá algo más limitante para la mirada filosófica que explicar al ser humano como vida, libertad y propiedad? Sí, es aún más denigrante reducir la historia a una pura lucha de clases. Por supuesto que en ambas formulaciones hay racionalidad, pero la absolutización de esas miradas es rechazada por unas humanidades que nos dicen, por ejemplo, que existen la honra y el dolor como grandes realidades humanas, dimensiones que deshacen cierto reduccionismo liberal. Y nos dicen también las humanidades que en la historia hay tantísimas instancias colaborativas, que obviamente desvirtúan el reduccionismo ideológico marxista del puro conflicto.
Pero todavía falta la incompatibilidad mayor. Las ideologías son soberbias y definitivas; por eso postulan la construcción de una sociedad utópica (sin topos ni cronos, válida para todas partes y para todo tiempo, siempre igual). Las humanidades, por el contrario, viven de un escepticismo humilde, de un continuo reconocimiento de su precariedad. Son humanas, vaya tautología.
No. El problema no son las becas ni la cancelación. El problema para las humanidades son las ideologías. En realidad, el problema para las ideologías son las humanidades.