Puede que sea exagerado decir que todos los partidos se definen en el mediocampo —en verdad es un clisé que ya está instaurado por el medio futbolístico—, pero sí es cierto que la eficiente construcción de esa zona es trascendental para intentar lograr los objetivos de equilibrio y control de juego.
Efectivamente, a diferencia de la zona defensiva, donde la misión básica es contener al rival, y de la zona ofensiva, donde el objetivo es definir, la zona del mediocampo tiene al menos dos misiones de relevancia: recuperar la pelota y crear jugadas.
En los inicios del fútbol sistematizado, no había mucha percepción de la trascendencia de la zona media. De hecho, no existía como tal porque todo se reducía a tratar de atacar y defender en forma colectiva y, por cierto, desordenada. Tener la pelota y correr hacia adelante era el único objetivo real.
La aparición de los entrenadores hizo variar la percepción, al punto que la evolución de las tácticas se ha impuesto dramáticamente por sobre la inspiración individual. Es un hecho que todo equipo que apunte a competir debe trabajar metodológica y científicamente cada una de las zonas de juego.
El mediocampo debe tener, para empezar a funcionar, cierto tono y color. Un sello. Una cara que no tiene por qué ser única, pero sí reconocible. ¿Es un sector defensivo prioritariamente? ¿Deja espacio abierto para la inspiración? ¿Es rápido en la toma de decisiones? ¿Opta por la construcción lenta y segura? ¿Rombo, cuadrado o polígono como dibujo?
No importa. Cada entrenador tiene su libro y su misión es plantear su idea, elegir los jugadores y, por cierto, que ella sea llevada en forma eficiente a la cancha.
La selección chilena hace rato que no tiene tal claridad conceptual en la zona media.
Marcelo Bielsa fue el último que hizo una propuesta personal que generó respuestas eficaces que redundaron no solo en un alto poder ofensivo, sino que también en un gran equilibrio defensivo. Todo porque la zona media se transformó en un conector con diferentes modelos de ejecución (un defensivo, un creador, un par de externos, todos conviviendo).
Ricardo Gareca aún no da con la fórmula precisa. Da la impresión de que quiere un mediocampo mayoritariamente de construcción, de buen pie, pero no ha logrado (y eso se vio con claridad en el debut en la Copa América ante Perú) que sus jugadores entiendan que ello no significa solo tener la pelota, sino que también administrarla de acuerdo a la circunstancia.
Está claro que no se puede esperar que de un día para otro se puedan establecer los criterios deseables para que la Roja vuelva a tener un mediocampo con personalidad definida. Pero hay que trabajar. Y si eso implica reordenar, desechar, probar, o reiniciar, que así sea. Y no solo ideas. También ejecutores, porque Erick Pulgar, Marcelino Núñez, Darío Osorio, Diego Valdés, Rodrigo Echeverría, Víctor Dávila y el propio Alexis Sánchez serán “número puesto” solo en la medida que sean funcionales al plan maestro del DT.
Es la única forma. No hay camino corto ni atajos ni antecedentes que valgan.