En los medios aparecen continuas referencias a la “extrema derecha” como consecuencia de la evolución de las fortunas electorales en Europa, que por cierto llama la atención por ser la cuna de la civilización moderna. En los medios chilenos aparece como si nunca hubiese existido una extrema izquierda; tanto esta como la extrema derecha tienen algún grado de correlación, si bien ambas a veces no se dan de manera simultánea.
Según este panorama, ¿qué lo que es “extrema” derecha o izquierda? En lo básico, una actitud antisistema que pugna por una alteración drástica del orden político y muchas veces económico, que fija su mirada y quehacer en todo punto débil que pueda existir para socavar el orden establecido, no para mejorarlo. No alcanza a ser revolucionario, que es el que directamente lleva a cabo u organiza un alzamiento con esa finalidad; con todo, su meta implica alcanzar alguno de los modelos revolucionarios (o contrarrevolucionarios) que han existido.
En el desarrollo de la democracia de los siglos XIX y XX, un rasgo clave de su vigor provino de las fuerzas que se levantaron contra el sistema y acabaron por ser incorporadas al mismo por la dinámica de la democracia liberal (que no se debe confundir con las puras ideas o ideología liberales), hija de la moderna sociedad abierta. Paradigma universal fue la evolución del socialismo alemán desde la muerte de Engels (1895) hasta el definitivo abandono de palabra del marxismo en 1959; en los hechos, lo había efectuado 40 años antes. Las derechas a veces son sensibles a la tentación contrarrevolucionaria; solo han sido fecundas cuando se abren, en general en evolución, al juego entre izquierdas y derechas con diferencias ya sea leves o a veces tajantes. Eso sí, no olvidando jamás el suelo en el cual pueden pervivir, es decir, las instituciones y las reglas del juego de la democracia liberal y la economía de mercado, de donde proviene el apoyo a programas sociales. Aquí también brotó la permanente pugna entre qué es del Estado y qué del mercado; no existe un límite matemático.
En Chile, la generación de jóvenes rebeldes del 2011 se transformó en voluntad política contra el sistema; creó una nueva política radical en sus objetivos, con cierto acostumbramiento a fragmentos del sistema institucional. Sin haber sido la vanguardia del estallido, lo asumieron en su totalidad. Sin embargo, es altamente simbólico del retorno al camino institucional y a la meta del cambio gradual y limitado, la firma por parte del actual Presidente del acuerdo del 15 de noviembre de 2019; y ello ha continuado. Hasta donde podemos conjeturar, esa izquierda va a persistir; le resta mostrar la efectividad gubernativa. Lo que no son es una “extrema izquierda”. Solo los comunistas en sus metas se mueven parcialmente en ese campo, no sin tensiones internas que se perciben. No han experimentado el espíritu ni de la Perestroika ni del eurocomunismo.
Los republicanos no son extrema derecha. Sí constituyen una fórmula que aúna al integrismo cristiano en su versión política —no pura religión— junto con un nuevo hallazgo, la libertad, que a veces tiene un sabor demasiado puramente económico. El problema de adherirse a un solo valor es que este en su exclusividad constituye una deidad veleidosa. La libertad puede consistir, por ejemplo, en la libertad total de consumo de drogas, “que cada uno decida”. ¿Eso se quiere? Una tercera viga es algo que la derecha clásica ha ido olvidando, una noción de patriotismo (que hasta cierta izquierda también lo defiende). Se trata de una derecha dura, pero no extrema. Ni siquiera asomó cabeza para el estallido.