En Chile, como en la mayoría de los países, las noticias económicas suelen centrarse en los datos más recientes de la coyuntura: inflación, desempleo, actividad, tasas de interés, entre otros. Los expertos los desglosan, explican las diferencias con lo esperado y proyectan el futuro. Pareciera que lo más importante del complejo proceso económico, que ha permitido a la humanidad vivir incomparablemente mejor que en el pasado, se basa en esos datos y en cómo la autoridad los influye o determina.
La realidad es muy distinta. El origen del progreso reside en la creatividad, la organización y las innovaciones que surgen de las personas que participan en la actividad económica, tales como empresarios, trabajadores, o consumidores. Sin duda, errores en el análisis macroeconómico de la autoridad pueden causar grandes daños. Pero si queremos entender y mejorar el bienestar, es preciso observar lo que ocurre en la dimensión de la economía real.
No sorprende la relevancia que la prensa y los operadores financieros le dan a los datos de la coyuntura, especialmente a las decisiones de la autoridad en materia de tasas de interés. Un cambio inesperado en estas genera variaciones importantes en el valor de bonos y acciones, creando oportunidades de ganancia para quienes anticipan mejor que los demás. Un caso icónico fue la apuesta contra el Banco de Inglaterra que hizo famoso a George Soros.
Sin embargo, quienes no se obsesionan únicamente con los parámetros coyunturales también pueden acumular un patrimonio elevado y, con ello, influir y cooperar directamente en el progreso. El legendario inversionista Warren Buffet busca mejorar su posición financiera participando en sectores y empresas con potencial para crear nuevos o mejores productos o servicios que beneficien la calidad de vida de los ciudadanos.
Desafortunadamente, parece que la autoridad sigue el mismo patrón que los expertos, al menos públicamente. Se habla mucho sobre la coyuntura y poco sobre el análisis crítico de qué puede favorecer el proceso económico voluntario y creativo. Trataremos de abordar brevemente ambas dimensiones en los países desarrollados como Estados Unidos y la situación de Chile.
Luego de la abrupta alza de la inflación en EE.UU., causada por los controles asociados al covid-19 y la fuerte expansión del gasto público y monetario, la discusión se centró en una posible recesión debido a las restricciones monetarias y alzas de la tasa de interés realizadas por la FED. La magnitud y rapidez de estas medidas, llevó a algunos a pronosticar una recesión inminente.
Sin embargo, no ocurrió. Las tasas de interés se han mantenido elevadas, la inflación se ha moderado y la economía americana ha continuado creciendo en 1,9% el 2022, 2,5% en 2023 y se proyecta 2,7% para 2024. El empleo se expande con fuerza. La tasa de desocupación ha estado por debajo del 4% durante 30 meses, lo que no sucedía desde los años 60. El consiguiente dinamismo de los consumidores ha contribuido al crecimiento económico.
Hoy, la discusión ya no se centra en una recesión inminente. Dada la creación de 272 mil empleos y el 3,3% de inflación en 12 meses, del mes de mayo, la FED decidió no bajar la tasa de referencia, algo que parecía seguro hace 4 meses. Ahora se espera que lo haga hacia el cuarto trimestre. Además, se prevé que la tasa final no será tan baja como la observada luego del 2008, sino que será real y positiva como en largos periodos históricos.
Si miramos más allá de la coyuntura, hay razones para ser optimistas. Es cierto que la realidad política trae noticias de barreras comerciales y conflictos armados, pero el progreso humano siempre ha sido fruto del intercambio de ideas y avances tecnológicos cuyos éxitos rápidamente se emulan. La conectividad actual es espectacular. La velocidad de avances, como la IA adoptada en meses incluso en colegios de países remotos, es una prueba.
Discrepo de la manera precipitada y mal evaluada con que se quiere cambiar la matriz energética del mundo. La demonización del CO2, producido por todos al respirar y esencial para las plantas, parece excesiva. El intento de eliminar rápidamente los combustibles fósiles puede ser muy dañino para la economía. Sin embargo, las distintas visiones y la necesidad de enfrentar la realidad generan cambios positivos. La inteligencia artificial es un área atractiva a la que muchos quieren apostar. Se estima que un grupo de empresas planea invertir US$ 200 billones en “Data Centers”, que son grandes consumidores de energía, la cual debe ser estable y segura. Un solo centro puede consumir lo mismo que una ciudad. La energía eólica y solar no ofrecen la seguridad necesaria, por lo que se ha vuelto la mirada a la energía nuclear y al uso del gas. La UE también ha puesto la mira en estas fuentes de energía debido a la crítica situación de abastecimiento ruso. El ingenio humano está encontrando nuevas soluciones y es posible que, a no tan largo plazo, se cuente con nuevas alternativas y que, con una mayor flexibilidad en el uso de combustibles fósiles, permitan augurar un mejor futuro.
En Chile las restricciones del covid-19 y el fuerte impulso fiscal que las acompañó, incluyendo retiros de AFP, generaron un proceso inflacionario que aún no se controla del todo. Debido a los impulsos acumulados, la economía no entró en recesión. Sin embargo, la inflación ha sido más rebelde. El último dato conocido de mayo, si bien no creó sorpresas, es compatible con terminar el año por sobre el 4%, excediendo el 3,8% proyectado por el Banco Central. Una economía más dinámica apoyada por el fisco y una mejoría en los términos de intercambio —alza del 21% en el cobre y caída del 8% en el petróleo— junto a una FED más cautelosa, influirán en lo que pueda hacer el Central con la tasa en lo que queda del año.
El desempleo ha disminuido, pero sigue sobre 8%, más del doble que en Estados Unidos. La inversión, en términos absolutos está igual que hace 5 años. El gasto en consumo y un mejor sector externo llevan a pronosticar un crecimiento sobre el 2,5%.
El Gobierno espera un 2,7% en línea con su discurso político reciente, de que ha vuelto a la normalidad el crecimiento económico. Pero, ¿puede considerarse esta cifra razonable para un país que anhela dar el paso definitivo al desarrollo? La respuesta es no. A lo más, mantendrá su lugar relativo. Recordemos que el mundo crece a 3,2%. Aunque algunos digan que es imposible, es necesario aspirar a un crecimiento del 5% como mínimo y de manera sostenida. Así lo han hecho aquellos que dieron el salto en el pasado. Eso sería lo “normal” para que los anhelos de los chilenos y la oferta de los políticos se haga realidad.
Todos los logros y objetivos que plantea el Gobierno: mejores sueldos, más viviendas, menos horas de trabajo, mejores pensiones, mejor educación, entre otros, no serán posibles si el país no acelera el progreso. Es una utopía pretender lograrlo quitando a un sector, por ejemplo, las empresas. Esto solo haría menos dinámico el progreso. Es solo un sueño los que desde sus filas proponen el decrecimiento. Son los mismos que no dejarían de usar sus medios electrónicos y redes sociales, los que requieren energía creciente y de hecho más que la aviación comercial. No es correcto afirmar que el progreso afecta el medio ambiente de manera exagerada. Lo influye, pero mucho menos que la pobreza, tal como un recorrido por el mundo lo demuestra.
La coalición del Gobierno llegó donde está, entre otras cosas, convenciendo a varios con estos dichos fantasiosos e incorrectos. Si bien está desgastada, no debe menospreciarse su habilidad. Si ellos no se convencen de que un progreso mediocre no es lo normal para Chile, ojalá se logre evitar que la élite les crea y, con ello, el país evite hacer el esfuerzo para que la verdadera normalidad sea una meta de mejora de bienestar acelerada.