Desde el punto de vista de la historiología (concepto acuñado por Ortega y Gasset), no es posible definir con exactitud el inicio y el final absoluto de los procesos. Lo que hacen los historiadores para el mejor entendimiento —con cierto rigor “científico” y en base a las diversas circunstancias— es establecer hitos que de alguna manera se fijan como señales que terminan siendo aceptadas socialmente.
En el fútbol también se utiliza este mecanismo a la hora de construir sus historias particulares. Se fijan puntos específicos. Se eligen momentos para, desde ahí, clavar una estaca o una señalética.
Bajo esos parámetros podemos establecer que hoy la selección nacional está viviendo con el entrenador Ricardo Gareca el fin de la transición, un período que abarcó desde la preminencia de la llamada “Generación Dorada” hasta el establecimiento de lo que hoy podemos definir como la “Generación de Recambio”.
No es que Gareca haya sido el único que ha liderado este proceso de transformación. Hubo varios entrenadores que participaron, aunque no con su convencimiento y destreza.
Juan Antonio Pizzi, por ejemplo, tuvo la oportunidad de haberse convertido en el farol, pero no tenía el piso ni la convicción. El entrenador argentino-español fue elegido para iniciar ese período de transición, y tibiamente intentó hacer algunas modificaciones (primero tácticas y luego de nombres), pero se rindió prematuramente. Y el resultado, a la corta fue positivo (ganó la Copa América 2016 y fue subcampeón de la Copa Confederaciones 2017) pero, en el mediano plazo, apuntó un fracaso estrepitoso: no clasificó al Mundial de Rusia 2018.
Los seleccionadores que vinieron después también fracasaron en el intento de recambio. Por diferentes motivos.
Si bien el colombiano Reinaldo Rueda empezó a generar nuevos nombres e incluso a algunos los erigió como figuras de gran proyección (aunque pronto demostraron que no les daba para tanto), solamente se desprendió en un principio, y malamente, de una de las figuras emblemáticas (Claudio Bravo) manteniendo al resto de los referentes. La señal fue que no había material de reemplazo.
Aquello se extremó aún más en la olvidable gestión del uruguayo Martín Lasarte, quien no solo inhibió el recambio, sino que, derechamente, les entregó a los viejos estandartes el control absoluto del equipo. Con el “escándalo del peluquero” incluido…
¿Eduardo Berizzo? Tampoco logró el objetivo. Le faltó coraje y personalidad para imponerse a una generación que ya estaba en retirada desde el punto de vista de rendimiento, pero que mantenía el manejo interno.
Ricardo Gareca, en cambio, sí ha dado pasos decisivos hasta ahora y con pocos meses de gestión.
No solamente ha dejado en un porcentaje mínimo la participación de los históricos, sino que también ha generado el inicio de nuevos liderazgos con valores promisorios: Paulo Díaz, Gabriel Suazo, Darío Osorio, Víctor Dávila, entre otros.
El éxito de esta nueva etapa que está emergiendo dependerá de los resultados, de la capacidad de convencimiento de quienes la lleven a cabo, de las decisiones que se tomen cuando se haga el control de daños ante un mal resultado.
La Copa América será el mejor escenario de prueba para dejar en claro que la transición, por fin, ha terminado.