Has estado protegida parte de la primavera, el invierno y el otoño, ahí, en el vientre de tu madre, en ese lugar líquido y amniótico, que es tal vez la experiencia más próxima que los seres humanos tenemos del paraíso, calentita, en paz, chupándote el dedo, sin pensar en nada (¡ya verás cómo cansa la “chicharra” incesante de nuestra mente!), solo escuchando el latido de un corazón que se acompasa con el tuyo. Me dicen que ya estás formada, pero que te adelantaste un poco: ¿tantas ganas tienes de llegar a este otro lado? Tienes manos, pies, pulmones, columna vertebral, todo aquello que forma parte de nuestro cuerpo y que aceptamos como normal, pero es un milagro. Hasta hace poco estabas más cerca de ser un reptil y no tenías formadas las facciones de tu cara, ahora tienes rostro y tal vez sonrisa, tú, que hasta hace poco solo eras una posibilidad entre la nada y la vida. ¿Vienes de la nada? ¿De dónde vienes, en qué momento exacto empezaste a ser “tú”? No sabes cómo se discute eso aquí, al otro lado; algunos dicen que eres ya alguien desde los primeros latidos, otros que no; yo me callo ante el misterio tan delicado de nacer y ser, solo sé que cualquier vida, por no deseada que sea, es un regalo y que nadie puede asegurar quién será el que llega a nacer, y que cada niño o niña que salga del vientre de su madre a la luz cegadora del mundo es lo inesperado, lo abierto.
Prepara tu escafandra, astronauta refugiada ahora en la nave espacial del vientre materno, prepárate a pisar este planeta que hemos llamado “tierra”, tendrás que explorar y descubrir todo, desde los olores y los sabores, hasta la música y el tacto, y la alegría y el dolor, y el abismo y el éxtasis. ¡Qué aventura te espera, Rosa de la vida! ¡Cuántos pasos tendrás que dar, y cuántas veces caerás, para levantarte de nuevo! Pero no te preocupes, estaremos ahí para tenderte la mano, y están los cuentos y cantos que tenemos para decírtelos en la noche a tu oído, en ellos encontrarás pistas para enfrentar todas las pruebas de este camino.
“Vivir es caminar breve jornada”, dijo un poeta hace mucho tiempo y que ya no está acá. ¿Poeta? Sí, ya escucharás de este abuelo un poco majadero citarte una y otra vez a los poetas, astronautas como tú de esta tierra hermosa y difícil: ellos son los exploradores que han llegado más lejos, los pioneros que han logrado hacer conversar a la mente con el corazón. Y eso aprenderás pronto, que sin corazón no se llega a ninguna parte, aunque parezca que estamos llegando lejos. Tu pequeño corazón que ahora palpita en tu cuerpecito es tu último refugio, un cofre lleno de tesoros que aprenderás a descubrir, y aunque los “inteligentes” te digan que ese corazón no sabe nada, ya verás que será tu brújula y sé que será un corazón grande, como lo son los corazones de tu madre y tu padre. El mío está un poco cansado, pero lo he escuchado desde hace unos días palpitar más fuerte cuando me anunciaron que estabas a punto de llegar.
Tenemos (los astronautas que ya deberán retirarse pronto haciendo el camino inverso al que tú estás haciendo para llegar) que entregarte la posta. No una mochila pesada, no un catálogo de preceptos, no un balance ni una factura por pagar. No. No hay derecho a que traspasemos nuestras amarguras y miedos a quien, como tú, viene a volar, a perseguir mariposas, subirse a los árboles y devorarse el mundo. Solo una palabra se me ocurre decirte al oído cuando te tenga por primera vez en mis brazos: “¡Vuela!”. Vuela, Rosa, vuela: esos brazos que tienes no son brazos, son alas, y esos pies son para volar, no para arrastrar pasos sobre la tierra. Esas son tus alas, despliégalas. Para eso dejaste el agua: para entrar en el aire, libre, liviana. Aprende de los pájaros dos cosas: volar y cantar. Rosa de los vientos, tan frágil y tan fuerte, estás llegando en días de temporal: que la lluvia te bautice y que las sabias nubes pasajeras te acunen. A ti, mi primera nieta, en este junio que me invita a nacer de nuevo contigo, o sea, a volar.