¿Es posible conversar desapasionadamente sobre el PC, sin caer en estereotipos o ideologizaciones rudimentarias? Para mi generación político-intelectual situada al lado izquierdo del mapa cultural, el PC constituyó siempre un objeto de interés y reflexión. Aparecía como la representación local de la historia revolucionaria mundial del siglo XX, desde la Unión Soviética vía China y Vietnam hasta Cuba y Nicaragua. Historia que, sabemos ahora, terminó entre escombros materiales y masivos sacrificios. A la vez, encarnaba las luchas por transformar a la sociedad chilena, de donde emergía como un partido de la justicia social, con experiencia en alianzas, sólidas raíces en la sociedad civil, un historial de persecuciones y un memorial de dirigentes y cuadros exterminados durante la dictadura.
Hoy, al celebrar 112 años de existencia, el PC se erige como un signo de contradicciones.
Autodefinido como partido revolucionario, convive ambiguamente con la democracia, sus instituciones y prácticas. Vanguardia de una radical utopía anticapitalista, se ha convertido en aspirante a administrar un capitalismo de Estado progresivo. Internacionalista por ideología, sus afinidades actuales lo sitúan junto a un extraño grupo de países hermanos. A la celebración de su aniversario concurrieron diplomáticos de Cuba, China, Venezuela, Nicaragua, Sudáfrica, Argelia, Rusia y Vietnam. No hay una mejor metáfora para nombrar el excéntrico lugar que hoy ocupa el PC chileno en la cartografía ideológica del mundo.
Aun con todas estas contradicciones a cuestas, el PC continúa siendo un protagonista de nuestra esfera política. Tras de sí tiene una trayectoria que es parte de nuestra historia nacional. Todavía cuenta con un ethos organizacional de compromiso y disciplina. Y aún mantiene una presencia —aunque limitada— en la sociedad civil y en los campos artístico, cultural, académico y estudiantil.
Ni la brutal violencia con que fue atacado tras el golpe de Estado, ni el implacable anticomunismo que lo persigue como una sombra, han podido sepultarlo. Más bien, sus debilidades son de propia hechura: el anacronismo inscrito en su denominación, en sus fundamentos ideológicos y en su concepción revolucionaria.
Además, sus planteamientos estratégicos han resultado sistemáticamente equivocados. Erró, medio a medio, con su propuesta para derrotar a la dictadura a fines de 1980; se marginó de la transición pacífica a la democracia; ilusionado, empujó la revuelta octubrista y encabezó el fracasado experimento de la Convención Constitucional. Incluso su ethos partidista aparece hoy perturbado.
En suma, igual como otras instituciones pilares del siglo XX, el PC chileno parece perder solidez y proyección, no logra superar su orfandad ideológica y carece de liderazgos capaces de impulsar una renovación.