Hoy es 21 de mayo, aunque en verdad es 1 de junio. La tradicional cuenta al país que coincidía hasta hace poco con el recuerdo del combate naval de Iquique (y que obligaba al Presidente a salir corriendo a la plaza Sotomayor) ha sido trasladada. En buena hora.
El protagonista nuevamente será el Congreso de Valparaíso. Uno de los edificios más feos que ostenta el país (el jurado designado por Pinochet le dio el segundo lugar a Borja Huidobro…), en una de las irracionalidades más grandes de tener a 100 kilómetros de distancia al Poder Ejecutivo del Legislativo, y donde a pocos metros de la entrada principal está atiborrado de vendedores ambulantes; además de un terminal de buses, Bendix frenos, un servicio técnico Somela y la fuente de soda Paola.
Ni la Constitución de Bachelet, ni la Convención, ni los expertos, ni el Consejo; nadie fue capaz de plantear lo obvio: que el Congreso debe volver a Santiago y evitar tener las leyes con más huella de carbono del mundo.
Pero eso ya es otra discusión…
Probablemente hoy veremos al mejor Boric que conocemos. Al Boric reflexivo, al Boric autocrítico, al Boric moderado, al Boric inteligente.
Pero es difícil saber quién es Boric. ¿El revolucionario? ¿El conciliador? ¿El irresponsable? ¿El soñador? ¿El pragmático? El que en una parte quiere acabar con el capitalismo, pero que en otra nombra a Marcel para cuidar los equilibrios. El que criminalizaba a Piñera, pero que llegado el momento le rinde, con emoción y altura, los honores al expresidente.
Una vieja leyenda australiana cuenta que en tiempos remotos los animales llamaron a un cónclave a los mamíferos, a los peces y a las aves. El propósito era definir a cuál de las tribus pertenecería el ornitorrinco, que tenía características de las tres: nadaba como un pez, caminaba como un mamífero, y tenía patas de pato. Ponía huevos como las aves, pero a la vez amamantaba a sus crías como los mamíferos. Tras mucho pensar, el ornitorrinco optó por no pertenecer a ninguna de las tribus, sino que sería amigo de todos los animales por tener con todos cosas en común.
Con el respeto a la investidura presidencial (esperemos que no vuelva a enarbolar el epíteto de “columnista menor”), esa leyenda tiene mucho en común con Boric.
¿Cuál es Boric? Todos y ninguno a la vez. Como el ornitorrinco…
El problema es que eso ha llevado a este Gobierno también a la indefinición. Terminadas las pulsiones refundacionales —con el reemplazo de la opinión pública de la palabra “dignidad” por “seguridad” y “desigualdad” por “crecimiento”—, el Gobierno ha quedado bailando en un ritmo que no le acomoda. Fracasada la Constitución plurinacional terminó —al menos por ahora— el sueño de una “sociedad nueva”.
La nueva realidad ha dejado muy claro cuan irresponsable fue la actuación del actual oficialismo que azuzó los vientos revolucionarios y que prometió cosas que evidentemente eran imposible de cumplir. Y si hoy se intenta hablar de obstruccionismo de la oposición, cómo habría que calificar lo vivido bajo el gobierno de Piñera. Y si hoy se habla de “antigabrielismo” cómo calificaríamos los epítetos que recibió el expresidente.
“Yo conozco al pueblo: cambia en un día”, dijo alguna vez Voltaire. Y no hay nada más cierto. Así lo muestra la historia una y otra vez.
Gran parte del Gobierno se parece a un grupo de rock que había sido vitoreado por la gente en 2021, pero al que hoy le piden que toque a Mozart o Brahms. No saben. No están cómodos. Se ven impostados. Solo el Socialismo Democrático conoce los acordes y le ha permitido bracear al Gobierno. Pero la pregunta es ¿qué quedará? Porque la minuta de haber estabilizado el país, cuando ese grupo contribuyó decididamente a desestabilizarlo, no puede ser un legado. Es más bien una burla.
Hoy, como desde siempre, se anunciarán cosas que no se harán, y se adjudicarán cosas que no son propias. Aunque de alguna manera será un buen pulso del momento actual.
Pero la pregunta que quedará instalada es la misma de la leyenda australiana del ornitorrinco. ¿A que tribu pertenece Gabriel Boric? Tal vez la respuesta la tiene Carlos Caszely: “No hay por qué estar de acuerdo con lo que se piensa”.