La noticia de que una fuerza multinacional encabezada por Kenia llegará por estos días a Haití para ayudar a combatir las bandas armadas que han tomado gran parte del país caribeño podría marcar un nuevo hito en la historia del surrealismo político latinoamericano.
¿No es ridículo que, a pesar de toneladas de discursos de jefes de Estado latinoamericanos sobre la fraternidad entre los países de la región, la fuerza multinacional autorizada por las Naciones Unidas a pedido del gobierno haitiano estará compuesta por países africanos y caribeños, pero ningún país latinoamericano?
En efecto, con la excepción de dos países que mencionaré en seguida, ningún país de América Latina ha aceptado acudir al pedido de ayuda de Haití.
La Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad de Haití, compuesta por 2.500 policías y soldados, incluirá 1.000 tropas de Kenia, junto con otras de Bangladés, Benín, Chad, Jamaica, Bahamas y Barbados. Estados Unidos financiará gran parte de la misión con unos 300 millones de dólares.
La mayoría de los haitianos quieren desesperadamente que las fuerzas de seguridad internacionales lleguen al país lo antes posible, a pesar de la complicada historia de intervenciones extranjeras en Haití, me dicen expertos que siguen muy de cerca la situación allí.
Las pandillas armadas han tomado gran parte de Puerto Príncipe, la capital de Haití. Más de 2.500 haitianos han sido asesinados o heridos por pandilleros en los primeros tres meses de este año, y más de 360.000 se han visto obligados a huir de sus hogares en los últimos tres años.
“Cuando hablas con los haitianos, te dicen que no pueden salir de sus casas, no pueden ir a la escuela, no pueden ir al médico”, me dijo Mark L. Schneider, un experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington DC. “La mayoría de los haitianos estarían felices de recibir cualquier presencia extranjera para evitar que las pandillas sigan aterrorizando sus vecindarios”.
Funcionarios de Estados Unidos y de la ONU han estado intentando durante meses convencer a Brasil, Chile y otros países latinoamericanos que han encabezado misiones de paz en Haití en el pasado de que se unan a la actual fuerza multinacional. Sin embargo, aunque siguen las conversaciones con varios de ellos, ninguno ha dado un paso adelante, me dijeron fuentes estadounidenses y de la ONU.
Brasil tiene más experiencia que ningún otro país en liderar misiones de mantenimiento de paz en Haití, porque encabezó el componente militar de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) entre 2004 y 2017.
La reticencia de Brasil y otros países latinoamericanos a enviar tropas a Haití se debe en parte a que sus gobiernos temen una reacción negativa en sus países si envían fuerzas policiales al exterior mientras sus propias naciones tienen tasas récord de criminalidad.
Además, varios países latinoamericanos sienten que no recibieron suficiente reconocimiento internacional por sus misiones en Haití. Y en el caso de Brasil, el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva es reacio a enviar tropas a Haití, en parte porque quienes más apoyan esta idea en su país son militares que se consideran cercanos al expresidente derechista Jair Bolsonaro.
“Además, existe un elemento de ‘fatiga con Haití'”, me dijo Keith Mines, vicepresidente para América Latina del Instituto de Paz de Estados Unidos. “En Brasil y Chile existe la sensación de que lo han hecho antes, y no resultó en una solución duradera”.
Para ser justos, al menos dos gobiernos latinoamericanos —Argentina y El Salvador— han tomado medidas para ayudar a Haití. El gobierno de Argentina ha presentado un proyecto de ley para enviar hasta 200 policías y militares a Haití, pero aún no ha sido aprobado por el Congreso. El Salvador ha dicho que enviará helicópteros de evacuación médica a Haití.
Pero no hay excusa para que la mayoría de los demás países latinoamericanos sigan haciendo la vista gorda. Si las pandillas terminan controlando Haití, el país se convertirá, más de lo que ya es, en un refugio para los grupos criminales transnacionales. Ayudar a Haití a defenderse contra las pandillas no debería ser solo una cuestión de buena vecindad, sino de conveniencia y autoprotección para los países latinoamericanos.