El debate sobre la educación y el objeto y destino de las escuelas tiene para largo. Son muchos los puntos en cuestión y muy diversas las opiniones al respecto. En términos generales se lo podría resumir en estructuras administrativas y salas de clases: aspectos de organización y asuntos pedagógicos. El problema es que entretanto los niños crecen en edad, pero no avanzan tanto ni en formación ni en conocimientos. El problema no es menor y compromete el futuro.
Pero a estas alturas quizás lo anterior no sea lo más grave. Al parecer está surgiendo una competencia fuerte. El crudo asesinato del ciudadano peruano Rubén Limache ocurrido en el barrio Yungay hace algunos días, da para pensar en la existencia de otro tipo de escuela: la del crimen. Por la información entregada por los diferentes medios sobre aquel suceso, he llegado a formarme la idea de que el asesino solo estaba rindiendo su examen de admisión a la maquinaria criminal: ya tenía en sus manos el celular de la víctima, pero igual lo mató con frialdad y sin que mediara defensa de este. Es decir, pudo demostrar con hechos su aptitud para el crimen; y el celular era solo el testimonio del hecho, así como entre los atletas se traspasan el testimonio en la posta.
Ese hecho tiene que haber sido evaluado por quienes se lo exigían. Vaya a saber uno qué nota le habrán puesto; y hasta puede que lo hayan reprobado por algún misterioso designio. El asunto es que en esa escuela no hay lápiz, papel ni pizarrón. Allí se forma la depravación de la mente y del alma aprendiendo que no hay honor ni gloria, sino solo vivir o morir: todo aquel que me amenace debe morir, si es que no me mata antes. No importa si es de otra banda o si representa a alguna institución legal. Es preciso tener la mente fría y concentrada para que frente a cualquier amenaza, mate. Lo mismo si tengo que cumplir con una orden. Solo vale estar vivo y ser considerado dentro de mi banda. Lo demás sobra.
En esa escuela no se enseñan lecciones: solo acción. Es una competencia desleal frente a las escuelas tradicionales. Para los niños y jóvenes siempre es más atractiva la acción y el riesgo que descifrar abecedarios y signos aritméticos. Esta situación nos pone de cara frente a una arista adicional en el quehacer educacional, y comprender que la educación deriva principalmente de la sanidad social. Es preciso unir los esfuerzos de todos los chilenos para recuperar nuestra fortaleza y sentido de unión. El tiempo pasa, los niños crecen, y los necesitamos sanos y fuertes de cuerpo y alma.