En este debate, es necesario escudriñar tres cuestiones. Primero, si Chile tiene o no un sistema de partidos fragmentado. Segundo, cuáles serían las causas de esa atomización. Tercero, qué efectos produce la fragmentación.
Sobre el primer punto, es preciso advertir que las divisiones al interior de los partidos venían incidiendo levemente en un crecimiento del número efectivo de partidos antes de la reforma electoral. No obstante, esa dinámica se ve notoriamente acentuada con la reforma de 2015. Con ella, se bajó considerablemente lo que Taagepera denomina umbral de exclusión. Esto alteró los incentivos de los partidos y legisladores en varios sentidos.
Por ejemplo, aumentaron los estímulos para crear vehículos electorales. De los 21 partidos que obtuvieron representación en 2021, solamente 10 estaban constituidos en 2013, última elección parlamentaria binominal. Un total de siete minipartidos obtuvo entre uno, dos o tres escaños (11 en total) en 2021.
También existe una bancada de legisladores electos con muy pocos votos personales. En los comicios de 2021 se escogieron 28 diputados con menos del 4% de los votos. Todos ellos pueden ejercer capacidad de micro-chantaje en proyectos de ley específicos o en la gobernanza de la legislatura.
Por otro lado, hay evidencia de que los legisladores chilenos más vulnerables electoralmente adoptan conductas más localistas/personalistas o que van en detrimento de un enfoque de política nacional (Gamboa, Aubry et al., 2024). La lógica es simple: los incentivos para el personalismo aumentan con una mayor magnitud distrital en los sistemas de listas abiertas, cuestión inversa a lo que ocurre con listas cerradas (Shugart et al., 2005).
Respecto de las causas, la literatura es bastante concluyente en mostrar que una magnitud distrital más alta está asociada a mayores niveles de fragmentación (por ejemplo: Carey y Hix, 2011; Duverger, 1951; Lucardi, 2018; Shugart y Taagepera, 2018; Singer, 2015; Singer y Gershman, 2018). Por supuesto que siempre hay otros factores potencialmente influyentes, como la diversidad étnica o los clivajes de base. Sin embargo, la hipótesis nula que señala que la fragmentación no se relaciona con la magnitud, está ampliamente rechazada. En suma, una reducción leve del número de escaños que se asigna en los distritos más grandes es la medida más directa y simple para reducir la atomización. Incluso de manera más parsimoniosa que el umbral, poco compatible con las listas abiertas.
Luego, sobre los efectos de la fragmentación, la política comparada es abundante en ejemplos históricos que analizan la inestabilidad del período de entreguerras, en función de la alta atomización de los sistemas partidarios (Francia, Weimar, Portugal, por mencionar algunos). De igual forma, como ha mostrado George Tsebelis, las coaliciones de gobierno más numerosas suelen introducir menos reformas. Más partidos y mayor distancia ideológica dificultan tener gobiernos realizadores. Aumentan los costos de transacción. La estructura de las coaliciones es más compleja e inestable. A la actual administración ello le debiera resultar intuitivo de entender. Tercero, bajo ciertas condiciones, los países con sistemas partidarios más fragmentados suelen gastar más (Scartascini y Crain, 2021; Eslava y Nupia, 2016). Ello, porque las coaliciones de gobierno con más partidos canalizan los conflictos adaptando sus políticas a las prioridades de gasto de cada integrante (Persson y Tabellini, 2003).
Reducir la magnitud distrital, o establecer un umbral (que parece tener más apoyos), no va a resolver todos los problemas del sistema político. Por ejemplo, no solucionan del todo la excesiva personalización y falta de cohesión de las bancadas, como han advertido diversos politólogos chilenos (Huneeus, 2024; Toro, 2023). Sin embargo, todo indica que parece ser una condición necesaria para avanzar en un equilibrio entre proporcionalidad y accountability, y también en reducir los apetitos personalistas de los legisladores (Shugart et al., 2005).
Al Gobierno le debería interesar que avance una reforma acotada al sistema político. En primer lugar, porque ahí podría encontrar un inesperado legado. Segundo, y más importante, debido a que introducir mejoras al sistema político no es algo desconectado de las demandas de la ciudadanía. Apunta, precisamente, a que las decisiones políticas reflejen las preferencias y prioridades de las personas.
Andrés Dockendorff
Instituto de Estudios Internacionales Universidad de Chile