La próxima elección de alcaldes, concejales y gobernadores, junto con determinar las autoridades comunales y regionales del país, dará una clara indicación de la sensibilidad política ciudadana de cara a la presidencial del año siguiente. La más emblemática de las contiendas de alcalde es, sin duda, la disputa por el gobierno local de Santiago. Esta no es solo la comuna símbolo del país —en su casco histórico están ubicadas las sedes del Poder Ejecutivo y del Judicial, además de una sede subsidiaria del Congreso—, sino que en ella se enfrentarán la actual alcaldesa, Irací Hassler, militante PC, quien políticamente representa al corazón del actual Gobierno, con uno o más representantes de la oposición. Su resultado podría ser, en cierto modo, una antesala de la disputa presidencial y parlamentaria de 2025.

Así, la elección del jefe comunal de Santiago definirá el futuro de la comuna —la que atraviesa uno de sus peores momentos, por el bajo interés privado de invertir en ella, el mal estado de sus barrios y la inseguridad con que en ellos se vive—, pero también si el gobierno de Gabriel Boric puede sobreponerse a las dificultades políticas por las que transita o, bien, si la oposición tendrá la capacidad para transformar el actual desencanto ciudadano en verdadera adhesión hacia un proyecto de centroderecha que ofrezca una senda de recuperación.

Sin embargo, los esfuerzos opositores por concretar una candidatura única en esta comuna no han logrado fructificar hasta ahora. El surgimiento de un postulante apoyado por el Partido Social Cristiano (PSC), Aldo Duque, dispuesto a competir en octubre con quien represente a Chile Vamos y al resto de la oposición, puede terminar dispersando los votos y permitiendo la reelección de la actual alcaldesa. En efecto, el electorado de Santiago ha cambiado su composición, pues ahora más de un 50% tiene menos de 35 años, y existe un importante contingente de extranjeros avecindados con derecho a voto, de modo que su padrón difiere del de muchas otras comunas de la capital, incluida la propia comuna de Santiago de hace 20 años, lo que, sumado al regreso del sufragio obligatorio, torna más incierto el resultado. De hecho, ya las encuestas han mostrado que varios de los candidatos sondeados por la oposición podrían no lograr derrotar a Hassler.

En esas condiciones, la postulación de Sebastián Sichel, a quien los sondeos sí le adjudicaban una interesante ventaja sobre la alcaldesa, aparecía, además, con la capacidad de aunar un amplio espectro de sensibilidades opositoras, dado que su origen político no está asociado con los partidos tradicionales de derecha. Sin embargo, su vacilación, al demandar ser el candidato único de la oposición para luego relajar esa exigencia, permitió que, en medio de ello, Chile Vamos proclamara como candidato a Mario Desbordes (RN), a quien las encuestas señalan menos competitivo que Sichel —aunque también puede ganar a Hassler—, pero con la ventaja de que sí podría, eventualmente, llegar a un acuerdo con el PSC para ser la carta opositora única.

La oposición necesita, en efecto, agotar esfuerzos para intentar presentar una opción unitaria en Santiago, no solo para maximizar las posibilidades de triunfo y recuperar el estado general de la comuna, sino para dar, además, una señal de gobernabilidad al país con miras a la presidencial de 2025. Ello debe hacer reflexionar a los dirigentes de sus diferentes sensibilidades. No se comprendería que una alcaldesa altamente cuestionada, militante del PC, representante de un gobierno que no alcanza a concitar el apoyo de más de un tercio de la población, lograra reelegirse solo porque sus adversarios no consiguieron sumar sus voluntades para el logro de un objetivo común.