La derecha chilena está viviendo un momento extraño. Junto a su anticipada y algo triunfalista convicción de que encabezará el próximo gobierno, se enfrasca en una dinámica de enredos, errores e incivilidades pisándole la cola a la supuesta gloria por venir. Partamos por las incivilidades.
En los mismos días en que José Antonio Kast se sacaba fotos en las cárceles de Bukele, como quien posa en las pirámides de Egipto, dos diputados de su bancada eran protagonistas de muy feas conductas. Uno, Cristóbal Urruticoechea, fue sacado al pizarrón —investigación de Ciper— por entregar a su expareja la tarjeta de carga de combustible a la que acceden los parlamentarios con el propósito de facilitarles el desplazamiento por su distrito. En resumen, la señora tuvo combustible gratis por cinco años a cargo del Estado.
El otro, Mauricio Ojeda, es candidato a ser el primer parlamentario desaforado a raíz del caso Convenios, en la arista “Manicura”, convirtiéndose además en celebrity de TikTok y memes gracias a la pintoresca hipótesis de que su celular, requerido por la fiscalía, habría sido destruido por su hijo de tres años.
Más allá de tosquedad de estos casos, el hecho es que de los 14 diputados elegidos en cupo republicano en 2021, solo ocho continúan aún en la bancada. En varias ocasiones esta diáspora ha tenido que ver con situaciones lamentables.
Quien no puede lo menos no puede lo más, dice el aforismo. Si el liderazgo del señor Kast no alcanza para poner orden en su pequeño grupo parlamentario e impedir que ahí cundan las incivilidades flagrantes, ¿cómo logrará convencernos de que es capaz de poner orden en las calles de Chile? Dudo que sus selfies en América Central resulten suficientes.
Resulta muy extraño que los partidos tradicionales y mayoritarios de la derecha, que además cargan dos experiencias recientes de gobierno, sigan totalmente condicionados por la conducta de este grupo extremo. Porque, además, es el Partido Republicano el que condujo al sector a la derrota en el plebiscito del 17 de diciembre.
La alianza se ha mantenido en el actual proceso de negociación municipal.
La idea de ampliar la base de apoyo político por la vía de generar una alianza amplia con partidos de oposición es comprensible en época electoral, pero puede llevar a la derecha por caminos incomprensibles y ajenos a sus propósitos.
Un ejemplo paradigmático ha sido la coalición construida para disputar la mesa de la Cámara de Diputados, la que incluyó a la bancada socialcristiana. Es bien sabido que este sector tiene como su proyecto estrella volver a poner en marcha los retiros previsionales, los que además de provocar una gran inflación y un tremendo forado en los fondos de pensiones, constituyen un procedimiento del todo ajeno a la convicción que sobre la materia tienen la UDI y RN.
Entonces, más allá de las sumas y restas electorales, ¿cuál es la coherencia del proyecto opositor? ¿Con qué ideas quiere gobernar? ¿Primará el populismo republicano y de los socialcristianos?
Aparentemente, el deseo de volver a La Moneda justifica todos los medios. Sin embargo, las alianzas sin bordes pueden cobrar caro. Es el precio que la UDI y RN pagaron en el último plebiscito constitucional.
Y, también, las cuentas alegres pueden ser muy tramposas. Es cierto que el Gobierno no sube del 30% de adhesión, pero, si se miran las mismas encuestas, se verá —último informe Criteria— que la oposición no capitaliza ese descontento, pues su aprobación alcanza apenas un 12 por ciento.